septiembre 20, 2005

In Memorian - Zikhronó Li'Brakhá

Simon Wiesenthal: "The Conscience of the Holocaust" Dies in Vienna at 96

Simon Wiesenthal, the famous Nazi Hunter, has died in Vienna at the age of 96.

Said Rabbi Marvin Hier, dean and founder of the International Human Rights NGO named in Mr. Wiesenthal’s honor:


"Simon Wiesenthal was the conscience of the Holocaust.

When the Holocaust ended in 1945 and the whole world went home to forget, he alone remained behind to remember. He did not forget.

He became the permanent representative of the victims, determined to bring the perpetrators of the history’s greatest crime to justice. There was no press conference, and no president, prime minister, or world leader announced his appointment. He just took the job. It was a job no one else wanted.

The task was overwhelming. The cause had few friends. The Allies were already focused on the Cold War, the survivors were rebuilding their shattered lives and Simon Wiesenthal was all alone, combining the role of both prosecutor and detective at the same time.

Overcoming the world’s indifference and apathy, Simon Wiesenthal helped bring over 1,100 Nazi War Criminals before the bar of Justice."
Click para leer hasta el final

septiembre 01, 2005

Reciclaje cósmico

Hoy es el quinto aniversario de la muerte de mi papá, de acuerdo con el calendario hebreo. En su memoria, vuelvo a colgar este post, que es el relato de un sueño que tuve aproximadamente un mes después de su muerte, y más o menos un mes antes del nacimiento de mi segunda hija.

Ahí estaba yo, arrellanado en el sillón grande de la sala de mi mamá, anestesiando la mente con la programación de la TV.

Él apareció de pronto en el zaguán, un halo luminoso lo envolvía. Su dulce sonrisa, de oreja a oreja, iluminaba el pasillo. En sus brazos, una bebita recién nacida. Su piel, color de rosa, arrugada; sus nalguitas, blancas y respingadas.

Me levanté corriendo a abrazarlo. Él, con su gran sonrisa, extendió sus brazos hacia mí. No para abrazarme, no podía; sus manos ocupadas en dar vida a la más preciosa “entrega especial” que pueda uno imaginar.

Traía a mi hija, esa que nacería unas semanas después. Me sonrió con un dejo de tristeza en sus profundos ojos. El orgullo de abuelo brotaba en su expresión como manantial de la tierra.

Lo quise abrazar. Él se esfumó. No podía quedarse.

Al entregarme a mi hija, entregó su alma a ella.
Click para leer hasta el final

agosto 29, 2005

Cartas de mi viejo: el encuentro con la familia

Esta es la tercera parte de la historia, es recomendable leer los dos "posts" anteriores antes que este.

“Ahí conocí de primero a la tía Helen, después a Rita, después al vacilón de tío Paul, luego a Sidney y por último a Ray con su pequeño niño. No me dejaban quieto. Primero la tía me quitó el saco porque hacía mucho calor. Todos me rodeaban y me preguntaban un montón de cosas. Como estaba tan enredado me cogieron por los brazos Rita y su mamá y me llevaron hacia fuera, en donde están los carros estacionados. A propósito, no tuve que jalar la valija pues primero la llevó un negro, después tío Paul y Sidney. Una vez que estuvimos afuera nos montamos en el carro de la familia que es un Plimouth muy moderno. Allí comenzamos a correr por las calles de New York. De camino pude ver el edificio de las Naciones Unidas. Es tan grande que ocupa como 600 varas de terreno sólo de frente. Y de alto ni hablar. Después de una hora llegamos a la casa, que está en Wheeler Str. El barrio no se puede negar que es muy bonito. Hay árboles sembrados en la acera, la calle es algo ancha y los edificios son cada uno de 5 a 7 pisos. Es tranquilo no hay mucha bulla y se vive como la gente. El apartamento queda en el tercer piso y es algo realmente bonito. Pero antes de seguir con la descripción del cuarto, primero voy a escribir algo acerca de la familia.

Tío Paul con sólo verlo se da uno cuenta que es un vacilón. Es cariñoso, bastante interesado en todo que yo hablo, no es nada serio, da muchísimas bromas a todo el mundo; es más bajo que papá y habla más lentamente. En la casa me da mucha risa pues anda en shorts por el calor.

La interesante es la tía Helen. Esta señora desde que llegué no me deja en paz con la comida. Anda detrás de mi con el vaso de leche o fresco y cada rato me pregunta si tengo hambre, que si tengo calor, que si estoy contento; al menos hoy en todo el día me ha dado de comer como 6 veces, aparte de que estando en la ferretería me llevó a comer a un restaurante por que ella decía que yo debía tener hambre. De modo que hace como dos horas tuve que comer a la fuerza un pudín de arroz como de media vara de largo con una taza de café con leche. Yo no le puedo decir que no tengo hambre pues me da vergüenza. Así es que tengo que comer como un chancho. Ahora que escribo esto comenzó a cantar tío Paul esa canción que se llama Muñequita Linda pero diciendo sólo “mucho muchacho”. Imagínense que risa tengo.

Rita es una muchacha de alta como Ruti, más gruesa, se ve que tiene lo que yo digo bofe. Es simpática e indudablemente bastante culta. Habla el inglés a la perfección y el yidish mejor que los tatas. Toca piano y sabe cocinar. No es pelirroja. Sidney es un muchacho muy grueso, pelirrojo completamente, algo serio pero muy simpático conmigo. Trabaja mucho, es de alto como tío Paul.

Ray es muy bonita y callada. Se ve que es muy dulce. Está en el séptimo mes de panzonidad así es que dentro de dos habrá un nuevo socio en la familia. El hijo de Sidney es un güilita muy bonito, algo gordito. Se quedó un poco extrañado cuando me vio, pero ya se acostumbrará.

Pongan atención. Esta gente no me deja en paz con la cosa de que tengo que ir a la Universidad. Desde que íbamos en el carro para la casa comenzaron a decirme que ya podía ir yendo a matricularme. Ya me tienen listo el College al que voy a ir, pues Rita antes de que yo llegara averiguó todo eso bien. Yo les dije que no había traído conmigo los papeles, así es que me pidieron que les escribiera a Uds. para que me los mandaran. Va a ser algo difícil pero ya lo lograré. Aquí son cuatro años de pre-médica, cuatro de medicina y dos de clínica; voy a tratar de que me quiten algo de pre-médica. Alguien por aquí me dijo que tal vez se podía hacer eso. Así es que me van a mandar los papeles pero después de que terminen de otorgar las becas. No se les olvide mandármelos pues sin ellos no me puedo mover.

La casa es muy bonita y completamente moderna. Usted papá debiera fijarse un poquito más en su hermano para que vea como vive la gente. Aquí vivimos como millonarios. El apartamento tiene de todo. Vieran que cocina: blanca como la leche, cocina de gas, nevera, batidora; allí mismo hay una mesita donde comemos. ¡Y qué sala! Toda forrada en tela verde, hasta el piso; unos muebles preciosos, la televisión que dicho sea de paso es algo hermoso. Ayer estuve viendo por televisión un circo. Ver para creer y para ver hay que venir a New York. Hay 2 dormitorios lujosamente amueblados. Yo duermo con tío Paul en uno y Rita con tía Helen en otro. El piano es muy bonito. Para que se den cuenta de lo que es esto ahí les hago un ligero sketch del apartamento.
Ayer no me dejaron moverme para ningún lado. Me tuvieron encerrado en la casa descansando. Recibí la visita de una hermana de la tía Helen que se llama Esther. Es una señora como nuestra tía Ester de San José, tiene una mirada de mujer inteligente y le da muchas bromas a tío Paul. Su esposo tiene cara de español. Es bondadoso y muy simpático conmigo. Tienen 2 güilillas tan gordos como chanchos. Cuando llegué a la casa me encontré con que Tobías estaba allí esperándome como una hora. Que alegría me dio verlo. Anoche mismo me fui a pasear con Tobías, Rita y una amiga de Rita que se llama Helen y que está muy botada por cierto. Caminamos un rato y llegamos a la casa de esa muchacha, en donde nos recibieron muy bien, dándonos frescos y queques. Anoche me acosté a las 11. Las comidas aquí son un poco diferentes. Las frutas se comen antes de la comida, la carne se come con kigl, hoy comimos chompipes. En la mañana me dieron yaguedes con natilla. Las frutillas esas son dulces y pequeñitas de color morado. Hay a las 2 fui con tío Paul al Bronx Hospital (edificio como de 10 pisos) para ver a Mr. Víctor Fein. Palabra de honor que yo no creí tener un tío tan roco. Ese señor me recibió con un tamaño beso, me preguntó por Uds. Yo creo que puede ser mi bisabuelo. Tiene la pierna quebrada al través en el mismo lugar que tío José. Pero lo enyesaron hasta arriba. Tiene una barbita vacilona y un hablado agudo y cortante. No oye muy bien de modo que hay que gritarle para que oiga. Francamente yo creo que ya le patina el coco de lo anciano que está. Allí conocí a su hijo Sam y a su hijo Jaime. Estos dos últimos me cayeron tan mal, pero tan mal, que sólo les hablé unas pocas palabras. Los saludé, me preguntaron por Uds. y se acabó. Es gente francamente un poco desagradable, serios, majes, ese señor Sam me llega a la faja y su hijo es apenas un poquito más alto pero también pequeño.

Ahora tengo aquí a otra hermana de la tía Helen, que se llama Tzirl; precisamente en este mismo momento me pide que les mande saludos. Llamé a Abraham Weisleder como 4 veces, pero nadie ha contestado al llamado. Mañana lo llamaré otra vez. Hoy vino a verme Surene con su marido. Ella se ve muy bien, se viste bonito, se pinta y se nota que vive muy bien. Le di los regalos, con los cuales se mostró muy alegre. Acabo de echarme una gran risa pues el esposo de Tzirl dice así: Tzirl is main tzure. También vino el padre de estas señoras, de Helen y Esther y Tzirl que se llama Mr. Fridman.

Bueno mamacita he estado escribiendo todo el día. Yo se que usted está llorando porque me fui. Pero no se preocupe. No me falta nada, sólo ustedes y mucho. No deje de escribirme nunca. Como verá por la carta yo no los he olvidado. Aquí tienen para leer un mes entero. Qué tal está Ruti y Jaime. Por favor que me escriban aunque sólo sean dos letras. Aunque estoy muy bien aquí, no me deje solo y sin escribirme. Quiero recibir noticias de Uds. y de toda la familia, de tía Ester, tía Raquel y tía Topcha. ¿Cómo siguen los muchachos por allí? Y Moisés, qué hubo de ese bandido cuasimodo? Y Mencha? Díganles a los muchachos que con tiempo les escribiré. Ahora estoy enredadísimo con este desgraciado New York. Aquí son las 8 de la noche y está claro. De modo que cuando oscurece son las 8 y media precisamente a la hora que se termina de comer; de tal modo que a esa hora ya da pereza salir. Bueno mis queridos viejos y hermanos, ya son las 12 de la noche y yo voy a rulear pues estoy un poco cansado. Por favor escríbanme como siguen y que hacen. Les repito que no deben llorar pues estoy muy bien aquí aunque a ratos hace un calor de los diablos, a ratos también está fresco. No crean en los que dicen que esto es un infierno, no. Es caliente pero no así. Más o menos unas 2 veces más que en Puntarenas, se sufre un poquito por el calor.

Bueno papá y mamá esta es apenas una carta; yo les escribo con la mano pero mi corazón está con ustedes. Es decir, yo estoy aquí pero en realidad estoy con Uds. No lo olviden nunca.”

Click para leer hasta el final

agosto 28, 2005

Cartas de mi viejo: el viaje en tren

Esta es la continuación del post de ayer, así que antes de proceder recomiendo leer la primera parte para ubicarse en la historia.

“El tren es algo maravilloso. Los carros son anchos, completamente cerrados y tienen aire acondicionado el cual los hace muy frescos. Tienen un cuarto para hombres, otro para mujeres, con toda la pata. Me puse cómodo y me dispuse a emprender el viaje a New York. A propósito, el tren tenía 22 carros iguales, con un carro para fumar y 2 carros comedor más lujosos que cualquier restaurant lujoso de San José.

Ahora le hablo a usted mamá, después de haber visto lo que he visto creo que esto es lo que a usted le hace falta; véngase pero véngase pronto. Ya verá que bien se pasa aquí. Dígale al viejo que no joda y se venga también. Esto sí que es vida.

Me monté en el tren y este salió a las nueve y media. En el tren conocí a un viejo de Santo Domingo que iba con su esposa y dos hijos para Nueva York a pasar sus vacaciones. Resultó que era médico, así es que ya se podrán imaginar todo lo que hablé de medicina con él. Vieran que viejo más bien preparado y yo por supuesto me di la gran lucida. Pues como yo tengo fresco los conocimientos de anatomía y fisiología puedo hablar con un poco de libertad en ese asunto. Ellos me trataron muy bien y hasta abrieron una caja con galletas y me dieron. Conocí además una señora que se sentó a la par mía en una estación que se llama Daytona Beach. Resultó que era judía e iba a Washington al entierro de una hermana suya. Por cierto una señora muy interesante que me resultó filósofa pues me estuvo hablando como seis horas de un montón de yeguadas, que la vida es esto y que la vida es aquello y yo que se que más. A propósito, aquí me vi a pelitos con el idioma pues la vieja no quería hablar en yiddish porque decía que en el Sur de EE.UU. había mucho antisemitismo. De modo que tuve que hablar inglés a como hubiera lugar. Allí aprendí muchas palabras. Imagínense que para llegar al coche comedor tuve que pasar como por 12 carros primero y luego hacer una cola como de media hora. Aquí si no me gustó el asunto, pues eso de hacer cola para comer en Costa Rica es cosa de babosos. Allí pensé que si hubieran ido conmigo unos cuantos compañeros de C.R. hubiéramos hecho un buen molote en la cola y así entrar más rápidamente al coche comedor. Pero estos gringos son muy ordenados. Si hay que hacer cola la hacen aunque tengan que esperar 1 hora. Allí fue cuando por primera vez me dio un poco de cavanga pensando en los ahora tan queridos bochinches de Costa Rica. El almuerzo y la comida me costaron como $2.50 juntos.

No hay que hacerse una idea equivocada de este país. Aquí se ve de todo. Por ejemplo, en el camino que hice se ven ciudades grandes y bonitas como Jacksonville y se ven pueblos que son peores que cualquier tugurio de San José, que tienen una luz peor que la de Cartago, con gente sucia y a la larga hambreada. El camino, o será la línea férrea es lo mismo que en Costa Rica, sólo que en lugar de 1 línea hay 2, 3 y a veces 4 líneas una a la par de la otra. La primera estación que pude ver bien porque me bajé a tirarme un fresco fue Savanah Georgia. A los chinos qué estación más grande. En esa ciudad hay un barrio de negros tan bonito como nuestro barrio en San José; con casas limpias y bien ordenadas. Esto era a un lado de la línea, pero del otro vi unas casas que las del barrio Keith son palacios a la par de esas. Así fueron pasando las estaciones hasta que llegó la noche. Entonces pasó un negro con almohadas vendiéndolas no a dos reales sino a 35 céntimos pues ya las subieron. Esa noche dormí muy poco aunque lo hice como por 4 horas. Me desperté a las 5 y cuarto e inmediatamente me fui a cambiar la ropa que llevaba por el vestido claro. A las 6 llegamos a Washington en donde me bajé y desayuné. Mamá, viera que la leche aquí casi no se vende en botellas sino en cajas especiales de cartón encerado. La leche es pasteurizada, homogenizada y vitaminizada con vitamina D. Es muy sabrosa. Allí en Washington comí el primer verdadero sandwich en los EE.UU. ¡A los diablos! Son muy grandes y ricos. Washington es de veras lindo. Allí vi la tumba del soldado desconocido. Palabra de honor que yo deseara que me enterraran en una tumba así cuando estire la pata. Vi el Capitolio y un montón de carajadas más igual de lindas y grandes.

No crean que aquí el viaje es diferente, no, es igual que viajar a Puntarenas, igual igual, sólo que el tren viaja casi todo el tiempo en línea recta y en terreno plano pues no hay montañas. Lleva una velocidad fantástica (ahora escribo con otra pluma pues se acabó la tinta de la mía). Decía que el tren va rapidísimo, como a 100 millas por hora o tal vez más.

Después de Washington pasaron Baltimore, Filadelfia y Wilmington. El tren pasa por los suburbios de cada ciudad de esas de modo que hay que verlas de larguito. Sin embargo se ve que son enormes pero algo sucias. Ustedes saben mis viejos que yo tengo algo de preparación como para poder juzgar de estas cosas, y yo digo que San José es el doble de limpio que Filadelfia o New York.

Bueno, don Luis, ahora viene lo más interesante que es la entrada a New York. Pongan mucha atención. Como por tamaño, ni hablar. Es realmente enorme todo. A las 11 y 30 de ayer exactamente, o sean las 9 y 30 de San José el tren entró en Pensilvania Station. Mamá, hay que ver para creer. Esto es como medio San José. El tren antes de parar camina unos 15 minutos dentro de la estación. ¿Es grande no? Sin embargo no me gustó porque como está bajo tierra es muy oscuro. Allí me sentí como a griner nevaile. Vieran que solo y triste me sentí allí, no hallaba para donde coger. Estuve un rato parado hasta que pensé que la calavera es ñata, que si yo no caminaba nadie me iba a llevar. Así es que saqué valor no se de donde y fui por donde iba todo el mundo, hasta que llegué a esas (y permítaseme la palabra) pedazos de mierda escaleras que se mueven. Ay Dios Mío que susto me di pues esas condenillas primero son planas y luego se quiebran de modo que casi me caigo. Cuando llegué arriba no había dado dos pasos cuando me cayeron encima un montón de viejos que comenzaron a darme abrazos y besos. Cuando se separaron un poco entonces pude darme cuenta que era la familia que me estaba esperando y que apenas llegué me cayeron como chapulín. Vieran qué felicidad tenían.”

A griner nevaile: literalmente, una bestia verde. Griner (verde) era una forma algo despectiva que usaban los judíos que llegaron a Costa Rica antes de la Segunda Guerra Mundial para referirse a sus paisanos que llegaron después de la Guerra.

Mañana: La familia y primeras impresiones de Nueva York.

Click para leer hasta el final

agosto 27, 2005

Cartas de mi viejo - primera parte

Este es un post alegre, no se dejen engañar por el tema. Hoy se cumplen cinco años de la muerte de mi tata, según el calendario gregoriano. A decir verdad, no me había caído la peseta sino hasta hace cinco minutos, porque en nuestra tradición marcamos el aniversario de acuerdo al calendario judío, y todavía faltan algunos días. Sin embargo, desde su muerte hemos ido encontrando, de a poquitos, y casi siempre alrededor de fechas importantes, escritos de mi viejo que revelan una inclinación literaria que en vida nunca hizo pública. El primer día de la madre después de su muerte, apareció un poema de amor dedicado a mi madre, escrito cuando ya el viejo se veía venir su final. Hace un par de años, cuando mi sobrino mayor, el primero de los nietos de mi tata, estaba a unos días de graduarse del colegio, apareció un poema escrito cuando el carajillo habría tenido tres o cuatro años y le dio por llamar a mi tata por su nombre de pila, costumbre que por cierto siguieron todos los nietos posteriores. La semana pasada mi mamá se encontró una carta que mi papá escribió en 1951, cuando con 19 años se fue a estudiar a Estados Unidos, después de haber completado un año de dentistería en Costa Rica . Hoy me dio una fotocopia. No había caído yo en cuenta que hoy era el aniversario cuando me la leí, y las carcajadas que me arrancó no pueden ser producto de la mera casualidad. Como lo dije en un post anterior, es bashert, que es una forma de decir en Yidish que algo estaba destinado a ser, no es mera casualidad, no es necesariamente un acto divino, es algo que simple y complejamente a la vez, tenía que ser. Mi papá quería que hoy me riera y no llorara, así que de alguna manera se las ingenió para mandar esa carta hace 54 años y que a mí me llegara hoy. Aquí les voy a transcribir partes de la carta.

Es interesantísimo ver el mundo a través de los ojos de mi tata joven. La cosa no es sencilla. Mi papá nació en 1931, el primer niño que nació en la comunidad judía ashkenazita de Costa Rica. Es decir, fue el primer “polaquito” nacido en Costa Rica. De padres provenientes de un pequeño pueblo en Polonia, que llegaron a Costa Rica con lo que traían puesto y pare de contar, sin mucha “experiencia de mundo” excepto la que forzadamente recibieron al elegir salir de Polonia e irse a un pequeño país que ni sabían cómo se llamaba. Entonces tenemos un carajillo tico modelo 1931, de clase media baja, saliendo del país por primera vez, y viendo por primera vez una serie de cosas que evidentemente en su mundo no existían: aviones de cuatro motores, edificios de más de un par de pisos, alfombras (ni siquiera tenía una palabra para nombrarlas), etc. Agréguenle a eso el bagaje cultural de ser judío en el trópico, recién terminada la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, de venir de un hogar humilde pero con ansias de superación, y abróchense los cinturones porque es un ride interesantísimo. Aquí les va. Por cierto, hay algunas frases en Yidish, pongan el cursor sobre ellas para ver las traducciones (y si se me escapó alguna, por favor avísenme).

“A las dos de la tarde entramos a una isla de Cuba que se llama Isla de Pinos. Esa se ve muy fea desde arriba. Pero cuando a las 2:35 entramos a Cuba la cosa cambió. Ustedes no se pueden imaginar qué bello es eso. Desde arriba se ven las fincas como cuadritos de un tablero, unos de color rojo, otros amarillos. Casi todo está sembrado de caña, viéndose de vez en cuando un ingenio, pero bien grande. Como 10 minutos antes de aterrizar nos cogió una tormenta. Eso sí que es feo. Los rayos suenan muy duro, la lluvia golpea el avión y no se ve nada. Por fin a las 2 y 45 el avión comenzó a descender y aterrizó en el aeropuerto que se llama Rancho Boyeros. Allí fue cuando comencé a vivir una gran vida. El aeropuerto es enorme, pero un poco sucio. Ahí vi por primera vez los aviones de cuatro motores. Vieran que bulla hacen los chingados para elevarse; en Cuba hace algún calor, la gente no usa saco y hablan un castellano que a broj zol zai trefn, no se les entiende casi nada. En ese aeropuerto anduve paseando de arriba abajo, de manera que lo conocí bastante bien. Por cierto que fue allí cuando comencé a hablar inglés pues en ese idioma le pregunté a nuestro piloto, un gringo, que si iba a haber tormenta en el viaje de Cuba a Miami y entonces me contestó el desgraciado así: don’t be afraid, the weather is good, I like it very much (no tenga miedo, la tormenta es algo bueno, a mi me gusta mucho) ¿Han visto un nevaile así? Después de estar 20 minutos en Rancho Boyeros nos volvimos a montar al chunche, pues el avión en que yo iba comparado con los que se ven aquí es una alpargata vieja. El avión se elevó y comenzamos el vuelo a Miami. En este trayecto no se por qué el avión se eleva muy alto, casi como 4.000 pies. Después de viajar como ¾ de hora se ven las islas de Cayo Hueso, donde va Mr. Truman a pasar sus vacaciones. ¡Mamá! No se imaginan las maravillas que se ven allí. Todas las islas que son bastantes están unidas por puentes que tiene cada uno unos 20 a 30 kilómetros; están por supuesto tendidos sobre el mar y se ven preciosos. Ah, la hora en Cuba es diferente. Hay 1 hora de diferencia. Allí en Cuba arreglé el reloj. Por fin, creo que a las 5:45 hora de Miami aterrizamos en su aeropuerto. Miren, el de San José que es lindo, el de Cuba y el de Guatemala juntos sólo hacen la mitad del aeropuerto de la Pan American en Miami. Cada compañía tiene su aeropuerto propio, y adjunto al aeropuerto están los talleres de cada compañía, de modo que ya se pueden imaginar lo grande que es aquello. De las pistas de aterrizaje ni hablar: hay como 20, todas pavimentadas y muy largas. Ahora verán. Al viejo que venía a la par mía lo estaba esperando el Cónsul de Costa Rica, un Dr. Gallegos que es dentista. Como yo era su compañero de viaje entonces fui presentado a ese cónsul, un hombre muy elegante y muy atento que se alegró mucho con hablar con un estudiante de dentistería. En la Aduana esperé un poco hasta que me llamaron para revisar los papeles. Aquí la cosa se puso un poco seria; me revisaron todito, hasta me leyeron unas notas que yo había ido tomando durante el viaje. Por último me dijo que sólo podía darme una permanencia por 3 meses. Ij ob em geshikt in drert aran y fui a que me revisaran las valijas. Óiganme bien, pagué como seis dólares por los regalos así es que tienen que cobrárselos a los viejos de esta manera: $1.80 por cada cartera de cuero de lagarto y $1.15 por la blusa de la macha. Por los zapatos de Fiszman no pagué porque no los vieron. Por los zapatos de Yenta creo que 1 dólar y medio.

Se me olvidaba decirles que a la vez que me presentaron al Cónsul de Costa Rica, me presentaron al jefe de la LACSA en los E.E.U.U. A este hombre ya yo lo había visto en San José. Me ayudó muchísimo en la aduana y por último agarró mis valijas y las metió en su propio carro y me dice: venga lo voy a llevar a un hotel. Así es que fui como la gente en un Plymouth 1951 del aeropuerto al Hotel. Óiganme bien, el Hotel Miami es un Hotel muy sucio y de pura gente baja. Eso me lo dijo el cónsul y luego yo lo vi. El jefe de la Lacsa entonces me llevó a su hotel y que hotel. Se llama Fort Knox Hotel, es lujosísimo y muy barato. Me cobraron $3 por el tiempo que estuve allí. Allí pasé unas horas como la gente. Mi pieza tenía baño con agua fría y caliente, una cama que vieran qué suave, el piso de la pieza no es de madera sino que está forrado completamente con una tela especial. De modo que cuando uno camina parece que va sobre plumas. Apenas llegué como a las 7 de la noche, y que está muy claro pareciendo que fuera de día, me bañé con toda la pata y luego bajé para preguntar adonde estaba la estación de trenes. A propósito en el Hotel ya no me quedó más remedio que hablar puro inglés. Cuando me hubieron explicado le di gracias a Dios pues la estación quedaba como a cuatro cuadras al este del hotel. Me fui caminando y a la vez admirando las bellezas de Miami. Esta ciudad es lo más precioso que he visto en mi vida. Es un verdadero paraíso, las calles son anchísimas, todos los negocios tienen luces fluorescentes y tubos neón. La ciudad de noche es como de día. Cada 5 pasos hay un restaurant en donde venden cosas riquísimas. Hay edificios de 30 pisos (yo conté los pisos de la Corte de Justicia de Miami). Hace algún calor. Sin embargo bastantes edificios tienen aire acondicionado. Con ese aire se refresca el ambiente de modo que hasta da frío. Fui a la estación y preguntando llegué a una ventanilla en donde me cambiaron el papelillo que traía de San José por mi tiquete, habiendo tenido que pagar $1.15. Allí me dieron la hora de salida de Miami y de llegada a New York. Hecho eso entonces fui a poner los telegramas. Aquí para eso hay unos teléfonos con una cajita al lado. Se llama y entonces contestan de la Western Union. Se dicta el telegrama y entonces le operadora le dice cuanto tiene que echar en la cajita que está al lado. Pues bien, con mi geargeter english le hice un enredo a la operadora que al fin me dio la dirección de la Central de la Western y me dijo que mejor fuera allí. La dirección era Flagler Str. 32W. Pues bien, me puse a buscarla y después de caminar como media hora llegué y puse mis telegramas. Me costó en total $4.05. Ya eran como las 10 de la noche y yo no había comido, de modo que entré a un restaurant. Como yo no sabía que pedir americano, pedí 2 hot-dogs y 2 coca-colas y me las tiré en menos de un minuto. Cada hot-dog cuesta quince céntimos y la coca-cola también. Después de eso volví al hotel, le dije al viejo que estaba allí que me despertara a las 7 y 30 y me fui a dormir. Casi no dormí. Ah, cada cuarto tiene su teléfono, y es por medio del teléfono que lo despiertan a uno. También telefoneé a la vieja Feigenblat, la cual se alegró mucho de oírme a la vez que preguntó por ustedes. A las 7 y media del sábado, 6 y media de San José, me despertaron. Me bañé con una agua sabrosa. Aquí la corriente es tan fuerte que si uno abre un tubo con toda su corriente le puede golpear la cara. Luego bajé, me fui a un restaurante cubano que queda cerca y desayuné por 29 centavos. Luego tomé un taxi a la estación que me cobró 30 céntimos.”

Mañana: el viaje en tren y la llegada a Nueva York.

Click para leer hasta el final

agosto 21, 2005

La diferencia

La diferencia entre ser antisemita y reconocerlo es.... aparentemente abismal.
Click para leer hasta el final

agosto 12, 2005

Bashert

Mi nombre es Víctor Radczynski. Tengo 27 años, nací en Costa Rica, y soy judío. Mi bisabuelo materno, a quien no conocí, fue un rabino jasídico en Polonia. Se llamaba Wigdor, de ahí mi nombre de pila.

La familia Radczynski es pequeña. O mejor dicho, lo que quedó de ella después del Holocausto fue muy poco. Al menos eso creía yo, hasta que me sucedió esto que les vengo a contar. Esta es una historia verídica.

Hace unos días a mi mamá le diagnosticaron cáncer de mama, y decidieron hacerle una mastectomía radical doble. La operación se la hicieron en la Clínica Mayo, en Rochester, estado de Minnesota, en Estados Unidos. No es por capricho ni casualidad; mi papá es médico y se especializó en este lugar. Yo estoy aquí para acompañarla, para acompañarlos. Mis hermanos se quedaron en Costa Rica cuidando a los pequeñines de la familia. Pero no es la historia de mi mamita la que les quiero relatar, que no me alcanzaría el tiempo ni el espacio para decir todo lo que podría de esa extraordinaria mujer.

Estoy en la Clínica Mayo para acompañar a mi mamá, y mi papá insistió que aprovechara para hacerme un chequeo médico general, ya que tengo asma y desde hace varios años tengo problemas de colesterol (la genética y dieta de los judíos ashkenazitas son muy “generosas” con los lípidos). Finalmente fui a pedir la cita, y me la dieron para ayer, martes, a las 2:00 p.m. La Consulta Externa de este hospital es un edificio de 18 pisos. En cada piso hay cuatro alas, y en cada ala, un equipo de especialistas. Mi cita fue en el piso 15, ala Oeste.

Pocos minutos antes de las 2:00 p.m. llegué hasta el piso 15 y me senté en la Sala de Espera. Al sentarme noté, tres hileras atrás, la presencia de una pareja de mediana edad. No se por qué me llamó la atención esta pareja, no tenían rasgos particularmente distintivos y su conducta no era para nada llamativa. Pero puedo decir que “sentí” su presencia. Y eso que nunca he creído en lo paranormal; me dicen más bien que soy excesivamente racional.

La espera se hace eterna. Me leo todas las revistas de mecánica automotriz (tema que me aburre a más no poder), porque son las únicas que hay para hombres. Me leo también (o más bien, veo las fotos de) todas las revistas de mujeres que hay a mi alcance. Me limpio las uñas de cada mano con las uñas de la otra mano. Saco los billetes de la cartera y los acomodo en todas las permutaciones posibles. Al final los dejo ordenados por número de serie. Analizo las caras y gestos de todas las personas que están en mi rango de visión. Saco conclusiones “certeras y científicas” sobre sus vidas y sus personalidades. Cuento las láminas del cielo raso y las piedritas del piso mosaico.

A eso de las 5:15 p.m., finalmente se escucha por el altavoz: “Mr. Radczynski, Mrs. Clark, please report to the front desk”. Sin ninguna parsimonia me levanto, estiro mis entumidos músculos y mis adoloridos huesos, y me dirijo hacia donde está la enfermera con dos expedientes en sus manos. Noto que la pareja que estaba tres filas atrás también se han parado y se dirigen al mismo lugar. Llego primero, y la enfermera me pregunta: Who might you be? Malhumorado, le contesto: As much as I’d like to be Mrs. Clark, I don’t think I could, so I believe I must be Mr. Radczynski. En ese preciso instante llega la pareja, y la enfermera dice a la señora: So, you must be Mrs. Clark. El señor, que está todavía a mis espaldas, responde: No, I am Mr. Radczynski.

Como les decía, la familia Radczynski es pequeña, o al menos eso he creído hasta ahora. En Costa Rica únicamente estamos mi papá, mi tío, y los hijos de ambos. La hermana de mi papá vive en México, pero sus hijos llevan el apellido de su padre. Tenemos unos primos en Nueva York, pero ni siquiera usan el apellido Radczynski, lo simplificaron y ahora son los Radic. Según mi papá y mis abuelos, no hay más Radczynskis en el mundo.

Con ojos incrédulos, volteo a ver a este impostor. Me doy cuenta de que, si bien había notado su presencia, no lo había “visto”. Me topo con un señor que mide casi metro noventa, de abundante cabellera negra, piel aceitunada, y unas cejas anchas y tupidas que casi se unen en el entrecejo. En mi familia, somos todos blancos como la leche, de ojos claros, poco pelo y claro, y cejas invisibles. Este señor no tiene cara de Radczynski, pienso. Ni siquiera tiene pinta de “polaco”. Más bien parece árabe. ¿Judío polaco? Jamás.

Sir, you are full of shit – le digo, aún malhumorado.

Sorprendido, y apenas de mejor manera, me dice: Listen, young man, if anyone here is full of anything, that must be you.

Noto en su inglés un acento, pero no logro determinar su origen.

- Sir, I have been waiting here for over three hours, and I am not about to let an impostor use my name to get ahead in the line. I know you’ve been here even longer than I, but that doesn’t give you the right to usurp my name.
- Listen, kid, I am Mr. Radczynski, and don’t care what you think.

El incómodo intercambio se prolonga por un par de minutos, hasta que la enfermera abre su expediente y dice: It says here that the Mr. Radczynski I am looking for is twenty-seven years old!

Un extraño silencio invade al grupo. El "impostor" lo rompe:

- So! You are Mr. Radczynski!
- Well, sir, I think that much has been established. The question now is who are you?
- As I said, I am Mr. Radczynski, too.
- Sir, Radczynski is not a common name, so excuse me if I sound incredulous.
- Kid, look, I have no reason to lie to you. I know this is not a common name, and I believe we must be somehow related.

La enfermera se empieza a impacientar y ya quiere que yo pase. Las señas y gestos son muy evidentes.

- Sir, I have to go in, what should we do?
- Wait for me when you come out. We really need to talk.
- Sir, one last question, out of curiosity. Where are you from?
- Argentina, why?
- Haberlo sabido y nos hubiéramos podido pelear en castellano. Hubiera sido más fácil, no?
- Y, che, ¿vos de donde sos?
- De Costa Rica.

La enfermera ya me está jalando del brazo.

- Che, no te olvidés de esperarme.
- No se preocupe, aquí estaré.

Entro al consultorio, y lo que pasa adentro es irrelevante para el relato. De allí salgo tres horas después, con cada centímetro cuadrado de piel auscultado y cada orificio de mi cuerpo delicadamente violentado. Nada de eso importa. Busco al árabe que dice llamarse Radczynski. Me siento junto a él.

- Señor, por favor discúlpeme por haberle hablado tan feo.
- Decime Jorge, y no hacen falta las disculpas, todos estábamos ofuscados. Y vos, ¿cómo te llamás?
- Victor. Victor Radczynski. Don Jorge, ya lo atendieron?
- Che, te dije que me digás Jorge. Y si, ya me atendieron. Cinco minutos después de que ingresaste me pasaron, y quince minutos más tarde estaba afuera.
- O sea, que lleva más de dos horas esperándome aquí.
- Si, che, pero no es todos los días que se encuentra uno a otro Radczynski. Dejémonos de boludeces. Decime, Víctor, ¿hay muchos Radczynskis en Costa Rica?
- No, en realidad no, sólo mi papá, mi tío, mis hermanos y mis primos. ¿Y en Argentina?
- Mis hermanas y yo, y nuestros hijos. Y, ¿cómo podemos saber si estamos relacionados? ¿Cómo escribís vos tu apellido?
- R-A-D-C-Z-Y-N-S-K-I
- Ah, no, no es igual, el nuestro es R-A-D-C-H-I-N-S-K-I
- Eso no quiere decir nada. En realidad nuestro apellido es en Yidish, y fue transliterado al polaco en los pasaportes de nuestros antepasados, y después escrito en español a cómo le sonó al oficial de migraciones que estaba de turno cuando los viejos llegaron a América. Lo importante es cómo se escribe en hebreo.
- Reish, dalet, tzadik, iud, nun, samaj, kuf, iud. (
רדצ׳ינסקי)
- ¡Exacto!
- Entonces, ¿creés que somos de los mismos?
- Jorge, yo no se mucho de la historia de la familia, pero si se que el apellido Radczynski tiene un origen único en un pequeño pueblo de Polonia. De la parte de Polonia que por épocas era alemana, por épocas rusa, y la mayor parte del tiempo era una inhóspita tierra de mierda en manos de nadie. Tengo entendido que todos los Radczynski tenemos nuestro origen allí, y la pregunta no es si estamos relacionados, sino cuántas generaciones para atrás tenemos un ancestro en común.
- ¿Y? ¿Cómo averiguamos?
- Te voy a contar lo que se de la familia, y veamos adónde nos lleva esto.
- Dale, che.
- Mi bisabuelo era un judío muy religioso. Se casó, y tuvo cinco hijos. Su mujer murió dando a luz al quinto hijo. Años más tarde se volvió a casar, con una mujer unos 20 años menor que él. Pero hubo un problema. Los Radczynski habían sido rabinos por varias generaciones, y de los de alcurnia, y esta mujer de mi bisabuelo venía de una familia sencilla, “poco digna” para el linaje rabínico de la familia. Y eso provocó un alejamiento de mi bisabuelo con su familia. La cuestión es que mi bisabuelo tuvo otros cinco hijos con su segunda esposa, y entiendo que ella también murió de complicaciones relacionadas con su quinto parto. Nosotros, los Radczynski de Costa Rica somos descendientes de esta segunda mujer, de la simplona. El pueblito de ellos se llamaba Wyszków (pronunciadoVishkof).

Conforme voy contando mi historia, Jorge se empieza a poner pálido. Se le ve mal. Estamos en un hospital, así que no es difícil suponer que el hombre está enfermo.

- ¿Se siente bien? ¿Quiere que llame a un médico?
- No, che, estoy bien. Es nada más la impresión.
- ¿Impresión? ¿De qué?
- ¿Cómo se llamaba tu bisabuelo?
- No se.
- Mirá, Victor, te voy a contar una cosa, y por favor no creás que te estoy engañando.
- Dele viaje, que ya el mal humor se me pasó.
- Mi abuelo, Abrum Zev, era un hombre religioso. Su esposa murió dando a luz al quinto hijo. El abuelo se volvió a casar con una mujer unos 20 años menor, y tuvo otros cinco hijos. Algo sucedió que mi abuelo se distanció de la familia cuando se casó por segunda vez. También mis antepasados habían sido rabinos por varias generaciones. Mi papá es hijo de la primer esposa de mi abuelo. Lo único que no me calza es que mis abuelos vivían en Ostrow-Mazowiecka (Ostrof-Masovietska).
- Mmmhhhhmmmm. Ostrow-Mazowiecka. Ese nombre me suena conocido. Se que en mi infancia lo escuché muchas veces, pero no recuerdo el contexto. Le propongo algo. Ya es tarde, y mi papá está solo en el hotel. ¿Por qué no lo vamos a buscar y nos sentamos a comer algo? El sabrá mucho más de la familia que yo.

En el camino hablamos de cualquier cosa. Le pregunto si acostumbra venir a Rochester o a esta parte tan poco atractiva de los Estados Unidos. Me asegura que es su primera vez, que viene a Estados Unidos una vez al año, pero que nunca había visitado niguna parte del país que no fuera la ciudad de Nueva York. Sigo de inquisidor. Me intriga haber “sentido” su presencia siete horas antes en la sala de espera de la clínica. Le hago preguntas, pero no para satisfacer ninguna curiosidad malsana. Quiero saber qué fuerza superior lo trae aquí. Me dice que un pequeño problema de salud.

- Pero en Nueva York hay excelentes hospitales, y de paso se puede aprovechar el tiempo para turistear, para ir a los museos, las obras de Broadway, el Metropolitan Opera House, el American Ballet Theater, los restaurantes, etc.
- Cuando uno tiene problemas de salud, busca lo mejor. Excelente no es suficiente. La Clínica Mayo es la mejor del mundo.

También es mi primera vez en Rochester. Mis papás vivieron aquí varios años, antes de tenerme. Pero para mí es la primera vez. Y estoy aquí, si se quiere, por casualidad. Mi papá vino a un Congreso Médico, y mi mamá lo acompañó. Aprovechó para hacerse un chequeo mientras mi padre asisitía al congreso, y fue ahí que le encontraron el cáncer. Yo andaba de negocios en Chicago cuando me avisaron, así que me vine inmediatamente.

En eso estamos cuando llegamos al hotel. El pobre de mi viejo está en el lobby, esperándome. Se nota a la legua que tiene un hambre que se podría comer un toro, rabo y orejas incluidas.

- ¿Cómo te fue?
- Bien, los resultados me los dan en tres días. Pa, le presento a Jorge Radchinski. Jorge, mi papá.
- Mucho gusto.
- Mucho gusto.
- ¿Jorge QUÉ?
- Jorge Radchinski, Pa, de Argentina.

Sus ojos se abren del tamaño de dos bolas de billar. Su cara refleja incredulidad. No tiene palabras, y no dice nada. Jorge le explica cómo nos conocimos y la información que hemos intercambiado. Se sientan a conversar.

- ¿Cómo se llamaba tu abuelo?
- Abrum Zev, creo que se lo dije a Victor.
- Así se llamaba mi abuelo. Yo me llamo Zev, por él.
- Pero me dijo Victor que su familia llegó de Wyszków. La mía vino de Ostrow Mazowiecka.
- Cuando mi abuelo se casó por segunda vez, como la mujer no fue del agrado de la familia, se fueron a vivir a Wyszków, el pueblo de mi abuela, y donde nacieron mis padres. Pero mi abuelo nació en Ostrow Mazowiecka. Son menos de 15 kilómetros lo que separa ambos pueblos.
- Entonces, somos...
- Creo que si, somos medios primos hermanos!

Mi papá se quedó impávido. Más tarde, cuando Jorge se hubo ido, me explica: fue como ver un muerto en vida. Él dice que no es fácil dar crédito a los ojos y a los oídos después de pasar 60 años creyendo que no existe nadie más de la familia. Yo creo que la emoción que siente es tan grande, que no tiene cabida en él. Y él no tiene punto de referencia para comparar.

Yo, que crecí en la era del fax y del internet y de las comunicaciones instantáneas, anoche no dormí. Por culpa de la emoción. Me había encontrado al primo de mi papá, a mi primo, así no más, sin sospechar siquiera que existía. Él, de Argentina. Yo, de Costa Rica. Y ambos en Minnesota. Esto puede tener consecuencias que no alcanzo a entender.

¿Habrán otros Radczynkis en otras partes? No lo sé, pero tengo la sensación de que si los hay, alguna fuerza sobrenatural me llevará a ellos. Algo me dice que yo, Víctor Radczynski, el que lleva el nombre del abuelo de su madre, he sido escogido para encontrar los descendientes de los ancestros de mi padre. Nadie me preguntó si quería, si podía, si sabía cómo. Simplemente se que a mi me corresponde encontrarlos, y nada que yo haga podrá impedirlo. Dus ist bashert.

Click para leer hasta el final

agosto 06, 2005

Ciro y Renato

Mis recuerdos de la infancia están marcados por la presencia de dos personajes inolvidables. A. era un vecino tremendamente inquieto, con una inclinación hacia lo científico, y una impresionante habilidad para inventar y fabricar aparatos que nos pudieran meter en problemas al tiempo que nos divertíamos. Por esa cualidad de inventor le decíamos Ciro Peraloca. Renato era el hijo de la empleada de mis tíos abuelos, que vivían justo en la casa de enfrente. Era la época en que los hijos de las empleadas vivían con ellas en la casa donde trabajaban, jugaban con los carajillos del barrio, y se sentaban a comer a la mesa con la familia. Y Renato no era un carajillo cualquiera; era el líder de la pandilla.

Mis papás construyeron casa cuando yo tenía unos 4 años, en un otrora cafetal recientemente convertido en nueva urba. Nuestra casa fue una de las primeras del barrio; para llegar donde otros vecinos a veces había que cruzar por entre los cafetales abandonados ya que las calles se fueron construyendo paulatinamente. Era un paraíso suburbano, suficientemente cerca de la ciudad para que mi papá no tuviera problemas en trasladarse al trabajo, pero completamente aislado del barullo, del tráfico de carros, y con suficiente espacio para que los carajillos pudiéramos pasar días enteros jugando afuera sin joder ni preocupar a nuestros tatas.

En el barrio había dos pandillas. La de los italianos y la de los polaquitos. Renato, el muchacho moreno de Guanacaste, era el jefe de los polaquitos. En los cafetales abandonados botábamos árboles para hacer nuestras guaridas, que quedaban perfectamente escondidas de las miradas ajenas bajo los matorrales que ya desde entonces empezaban a ahorcar a las plantas de café. Los italianos y los polaquitos estábamos en guerra permanente. En verano todo el día, y en época de clases en las tardes, nos reuníamos, cada pandilla en su guarida, a planear el ataque a los de la otra pandilla. Renato era un estratega militar de primera; Ciro nos proporcionaba las armas que íbamos a usar contra los italianos. Los árboles de higuerilla nos brindaban la munición.

Ciro empezó haciendo hondas inspiradas en el relato bíblico de David y Goliat. Los soldados rasos le conseguíamos ramas en forma de horqueta, y Ciro las cortaba, descortezaba y pulía hasta que quedaban suaves al tacto. Él les acondicionaba las ligas y los cueros para las higuerillas, y las probaba para asegurar su funcionalidad. Luego, los soldados ya armados nos escondíamos entre los matorrales cercanos a las calles, y nos apeábamos de un semillazo a los italianos que se atrevieran a andar en bici en nuestro sector. Yo era, y por mucho, el más carajillo de la pandilla de Renato, y no me dejaban aventurarme hacia territorio enemigo. No se lo que le pasaba a los polaquitos cuando andaban en bici por las calles de los italianos.

Las destrezas de Ciro fueron en aumento. Eventualmente empezó a fabricar rifles de madera, con mecanismo de liga y cuero, accionados por un gatillo, almost like the real thing. Las municiones seguían siendo las higuerillas. Los rifles llegaron a tener mirilla para apuntar, y un alcance como de 50 metros, lo cual nos permitía subirnos a los árboles y vigilar las calles desde ahí. La superioridad de nuestro arsenal era impresionante.

Renato, además de estratega militar y comandante de nuestra pandilla, era experto en hacer patinetas. Ojo, no hablo de “skateboards”. Hablo de unos armatostes de madera donde dos personas se podían sentar, y rodaban con roles metálicos que sobresalían de los ejes delantero y trasero del vehículo. El ingenio de Ciro se juntó con la pericia de Renato, y eventualmente llegamos a tener patinetas con volante y freno. Antes de eso, varios pandilleros terminamos las cuestas y las curvas en el servicio de Emergencias del San Juan de Dios con brazos quebrados, rodillas rotas, cejas partidas, y el espíritu intacto.

Con el pasar de los años, los italianos se fueron del barrio, y hoy en día sé del paradero de apenas un par de ellos. Los polaquitos también nos fuimos, pero nuestros padres aun viven en el mismo lugar. Ya no es lo mismo. Donde nosotros teníamos nuestro cuartel general, hoy vive el Dr. G. Las casas de los italianos se han ido convirtiendo en oficinas de empresas privadas e instituciones públicas. Los matorrales, que terminaron acabando con los cafetos, cedieron el paso a espantosas casas de todos tamaños, colores y sabores. Pero los recuerdos de la infancia permanecen nítidos en la memoria (o exagerados en la nostalgia).

Cuando Renato fue mayor de edad, se marchó a pelear en las montañas de Nicaragua. Nunca supe más de él. Espero que lo aprendido en el barrio le haya servido. De una cosa estoy seguro, y es que sus compañeros de lucha la habrán pasado muy bien en su compañía.

Ciro es hoy un respetadísimo cirujano. Anteayer lo volví a ver, cuando salió del quirófano después de haber operado a mi mamá. No ha perdido el toque. Aparato que desarma lo vuelve a armar sin que le sobren piezas, y el aparato queda funcionando como nuevo. Eso me lo aseguró mi mamá cuando anoche llegó a cenar a mi casa.

Click para leer hasta el final

julio 18, 2005

Aventuras de supermercado

En Costa Rica, donde la división tradicional de roles entre los sexos muere muy lentamente, encontrarse un hombre haciendo las compras del supermercado es un evento, por decir lo mínimo, excepcional. Excluyo de entrada a los hombres solteros, viudos y divorciados sin novia ni empleada doméstica, ya que no les queda más que hacer sus propias compras (usualmente una botella de licor, un paquete de cigarrillos, papas tostadas y otros snacks, y uno que otro artículo de higiene personal y de limpieza). Excluyo también a los hombres casados o que se encuentran en algún tipo de relación y que simplemente acompañan a sus damas a hacer las compras, pero que no son compradores activos. No cuentan tampoco los homosexuales, para quienes habría que hacer un estudio aparte. Me refiero a los hombres como yo, casados y sin dudas “existenciales”, que por razones del destino ocasionalmente o a menudo hacemos las compras del supermercado para toda la familia. En mi caso, lo reconozco desde lo más obscuro de mi machista corazón, es una situación apenas ocasional. Tal vez sirva al lector saber que mi media naranja está de viaje y por esa razón en los últimos días me ha tocado ir de compras un par de veces.

Afirmo que es un evento excepcional porque mi estudio de campo así lo confirma. En primer lugar, como en el método científico, está la observación: fui a dos supermercados muy distintos (por marca, ubicación, y segmento social al que están dirigidos), y fueron poquísimos los machos solitarios observados con un carrito lleno de compras (excluyo al chavalillo de 19 años con el carrito lleno de birras y meneítos; obviamente tenía fiesta esa noche). El segundo paso del método científico: la medición. Se miden las reacciones de las representantes del “sexo convexo”, que para efectos del estudio supermercadológico se clasifican en varias categorías que a su vez se dividen en subcategorías menores. Así por ejemplo, tenemos a las compradoras y las demostradoras de productos. Entre las primeras, observamos a las jóvenes sin hijos, jóvenes con hijos, y mujeres “adultas mayores”. Excluimos a las mujeres de edad mediana, porque parecen transcurrir por la vida (o los pasillos del supermercado) sin importarles lo que sucede a su alrededor. Entre las demostradoras, claramente se distinguen las “mamis ricas” de los “pellejos que no venden ni una medicina a un enfermo”. Por supuesto, y en el no tan remoto chance de que mi adorada esposa lea esto, en mis dos viajes al supermercado no ví ninguna mami rica. That’s my story and I’m sticking to it!

Los empleados del supermercado son otra categoría cuya reacción es digna de observar. Aquí tenemos la división natural entre hombres y mujeres, y en cada categoría, tenemos que distinguir a los cajeros de los “trabajadores de campo”.

Con esto en mente, iniciemos el recorrido de este varón domado en el supermercado.

Pasillo 1: es mi favorito; ahí están los licores, cervezas y snacks, además de los artículos de mantenimiento automotriz. La concentración de testosterona es la más alta de todo el antro, en especial alrededor de la demostradora que, muy estratégicamente, se para frente al refri donde exhiben los jamones serranos y otras delicias importadas (que van muy bien con la cerveza y el vino), y ofrece probaditas de Bailey’s. Aunque a mi no se me hizo así, las reacciones de mis congéneres me dicen que se trata de una “mami rica”. No hace falta que abra la boca, con solo sonreír y levantar la mano con una micro copa de licor, van cayendo todos como moscas. Cuando me toca el turno, a punto ya de caer en la tentación, recuerdo que acabo de comer carne y las restricciones dietéticas me impiden ingerir productos lácteos hasta unas horas después. Con una sonrisa, que estoy seguro ha de haber salido falsa y tremendamente ridícula, me hago el que no me interesa probar la poción de amor que se me ofrece.

Pasillo 2: Artículos de costura, ganchos para la ropa, y otros artículos de similar naturaleza. Cuando entré a este carril con mi carrito, yo que no conozco la ubicación de los productos y por tanto he de recorrer todos los pasillos del supermercado para que no se me olvide nada de mi lista, caigo en cuenta que he sido el primer hombre en quince años en haber transitado esos metros de bien raíz. La reacción de la abuelita que me topo de frente al dar la vuelta e introducirme en el pasillo 2 me lo dice todo: asustada, recupera los reflejos de sus mejores años, y en un tris quita su carrito para evitar la inminente colisión. Su expresión me dice que está eternamente agradecida: ya puede morir tranquila porque – ahora si – en su vida lo ha visto todo. Recorro el pasillo pero no agrego nada a mi carrito.

Pasillo 3: Artículos de higiene personal y belleza. Ningún hombre que se precie de serlo se atreve a ingresar en este carril sin la respectiva compañía femenina. A mi, que necesito jabón y pasta de dientes, no me queda de otra. Bonito pasillo, tan bonito que termino poniendo en mi carrito pintura de uñas color fucsia y una cremita humectante que es maravillosa para las patas de gallo que se me empiezan a formar en la parte externa de los ojos. Al menos de eso me convencen las demostradoras que, me dicen otros que las vieron, son las más dignas y representativas integrantes de la categoría de “mamis ricas”. Ah, y tan aturdido quedé que compré de la pasta de dientes que el dentista me había ordenado evitar.

Pasillo 4: Salgo del pasillo 3 montado en una nube, y no me percato de lo que se exhibe en este pasillo. Noto, eso si, la sonrisa lastimera de una demostradora que, pobrecita, cae en la categoría de pellejo. Nada personal, pero ni siquiera me doy cuenta de qué ofrece.

Pasillo 5: Cereales de desayuno. En mi casa, mi esposa compra los que a ella le gustan, y yo como lo que hay. Casi siempre son cereales de esos que anuncian que reducen la cintura: Special K y otros por el estilo. Me debato entre aquello a lo que me tienen acostumbrado y lo que evoca felices recuerdos de la infancia. La decisión es fácil; pongo una caja de Froot Loops en el carrito. Al otro lado del pasillo, una mujer joven sin hijos suspira. De que no tiene hijos estoy seguro, su estómago plano y firme y la piel prístina alrededor de su ombligo revelan que nunca ha estado embarazada. Su mirada parece decir “qué partidazo. Mientras mi esposo anda en el gimnasio viendo culitos, este señor le lleva el cereal favorito a sus hijos”. La mujer se da cuenta de que soy un hombre de muchas entradas, y que conmigo no tiene chance. Mis entradas: dos en la frente que apuntan directo a la coronilla, entrado en carnes, y entrado en años.

Al final del pasillo, otra mujer joven agarra fuerte a sus hijos y les dice en voz baja: “no se me separen, que ese señor es un pederasta y usa los Froot Loops para atraer a los niños bonitos como ustedes”. Uno de los niños grita al verme pasar: “mami, ¿quez un pederazta?”

Pescadería: mi doctor dice que debo de comer más pescado y menos carne roja. Obediente, me voy de pesca. Termino comprando unos filetes del pescado que más hay en exhibición. Lo tiene todo a su favor: el empleado me asegura que les acaba de llegar y por eso es el más abundante, que está fresquito. Además, el nombre se me hace muy apropiado para un vago como yo: pargo. Al llegar a la casa y prepararlo me doy cuenta de que fui engañado, no estaba fresco y por eso era el más abundante. Eso me pasa por pargo.

Pasillo 6: transito por él sin ningún incidente digno de mencionar.

Pasillo 7: Salsas, condimentos, etc. Busco pero no encuentro el aceite de ajonjolí que tanto me gusta. Le pregunto a un empleado del supermercado, y me dice que ahí está, al final del pasillo a mano derecha, con los demás aceites. Sigo buscando infructuosamente. Una empleada del súper nota mi desesperación y me ofrece su ayuda. Le digo que busco aceite de ajonjolí, me toma de la mano, y me lleva al pasillo 6, donde lo tienen con los productos orientales.

Verdulería: Me detengo a ver y tocar los tomates, que no me tienen muy convencido. El verdulero se me acerca y me dice: “viera qué buenos están esos tomates”. “Pero están muy amarillos, verdiones”, le respondo. Se me acerca aún más y me dice casi susurrando: “tiene razón, es que los hombres casi siempre caen de majes. Allá en el estante del final hay unos mejores”. Es cierto. Los venden en bandejas de 6 unidades. Volteo a ver a todos lados, rompo el plástico, saco tres, y me voy como si nada.

Pasillo 8: Productos lácteos, panes, tortillas. Me vuelvo a encontrar de frente a la abuelita del pasillo 2. Esta vez va acompañada de otra roquita. Me ven, cuchichean, me vuelven a ver, sus ojos se cruzan en una mirada cómplice y simultáneamente emiten una risita controlada. O piensan que soy maracas, o no logro entender lo que piensan...

Finalmente me dirijo a la caja a pagar. La cajera no da crédito a sus ojos, un hombre no afeminado trae hasta pescado en su carrito. Sigue el protocolo de manera estricta y me pregunta: ¿tarjeta de cliente frecuente? La vez anterior me había tocado con un cajero hombre. Saltándose el protocolo, me dirige una mirada cómplice y me dice: ni le pregunto por la tarjeta de cliente frecuente.

Llego a la casa y la empleada, convertida en mi jefa desde que la verdadera no está, me dice: “don Otrova, se le olvidó el limpiador de cocina que le puse en la lista”. De pronto recuerdo lo que había en el pasillo 4. “Es que traje un producto mejor, es el del tarrito rosado que trae unos ojos en la etiqueta”. La etiqueta está en inglés; ella no sabe que lleva 4 días limpiando la cocina con crema humectante para las patas de gallo.

Click para leer hasta el final

julio 14, 2005

Polacos hijueputas

(En un caso de inspiración cruzada sin precedentes en la blogosfera nacional (jajajajaja), pareciera ser que mi anterior post (Ecumenismo, versión católica) inspiró a Solentiname a escribir un excelente relato titulado Las expulsiones, que a su vez me ha impulsado a escribir este post tan bellamente titulado.)
Sábado por la tarde. Vamos caminando por el costado norte de la Juan Rafael Mora, a una cuadra de la sinagoga, cuando me la lanzan en curva desde la acera de enfrente:
- ¡Polacos hijueputas!
Con 16 años a cuestas y niguna experiencia similar previa, rodeado de 7 u 8 carajillos de 11 años que estaban “bajo mi responsabilidad”, me detengo, me volteo, y veo tres chapulines muertos de la risa apoyando sus espaldas en la pared, en posición amenazante. Con toda la sabiduría que le brindan a uno las hormonas de la pubertad, les pregunto:
- ¿Qué pasó?
- No, nada, mi hermano.
- ¿Cómo que nada? Es que me pareció escuchar algo, pero no estoy seguro de qué.
El primero de los tres valientes emprende la huída más rápido de lo que tarda un adolescente en venirse en su primer experiencia sexual.
- No, nada, de veras, no era con usted.
- ¿De veras? ¿No fue que gritaron polacos hijueputas?
- Bueno, diay, si, polaco de mierda, eso fue lo que dijimos.
Me volteo a ver a “mis” carajillos y les pregunto en voz alta para que los del otro lado de la calle oigan: ¿alguno de ustedes nació en Polonia? Levante la mano el que ha nacido en Polonia, por favor. Ninguno la levanta. Levante la mano el que haya nacido en Costa Rica. Ahora sí, todos la levantan.
- Me parece que aquí no hay ningún polaco.
- Ah, jodás. Si tienen toda la pinta.
- Mirá, hijueputa, aquí todos somos ticos, nacidos en Costa Rica, de padres costarricenses nacidos en Costa Rica. De hecho, el único polaco que conozco es el Papa Juan Pablo II. ¿Le hablabas a él?
- Andate a comer mierda. ¡Judíos hijueputas!
- Ahora si que diste en el clavo. ¿Ves? Judíos si somos, igualito que tu dios Jesucristo, que nació, vivió y murió judío. Me parece que le acabás de decir hijueputa a tu dios. No creo que al cura de tu iglesia le cuadre mucho cuando se lo confesés.
- No, mae, eran varas, no hagamos un pleito de esto, si son varas.
- No, imbécil, no son varas cuando insultaste a tu dios y a su Papa. No vamos a hacer pleito, pero porque en realidad a mí no me insultan tus ladridos.
Satisfecho, sigo mi camino con “mis” carajillos. Llegamos a la esquina y caigo en cuenta que mi corazón late a una velocidad jamás antes alcanzada. Volteo, y los valientes ya no están. ¿Andarán trayendo refuerzos? Grito:
- TODOS CORRIENDO A TODA VELOCIDAD A LA SINAGOGA.

Click para leer hasta el final

julio 10, 2005

Ecumenismo, versión católica

"Bendice señor a nuestros hermanos judíos e ilumina su rostro para que vean en Cristo Nuestro Señor al único salvador".

Escuchado hoy en una misa en honor a una persona fallecida, en San José, Costa Rica.
Click para leer hasta el final

julio 09, 2005

El Coliseo

Siguiendo con la serie de “Cuando yo era carajillo”, e impulsado por un comentario del buen Yuré en un post de mi amiga Solentiname, les cuento la siguiente historia.

Cuando yo era carajillo, entrando a la adolescencia (nunca he sabido de qué adolescen y por qué ese mote para toda una cohorte generacional), había que cumplir con el ritual de ir a ver una película “Sólo para mayores de 18 años”. No existían en esa época categorías como R, PG-13, XXX ni ninguna playada por el estilo. Las películas eran para mayores de 18, o para todo público. Y cuando eran para mayores de 18, eran para mayores de 18; nada de Brad Pitt bailando pegajoso con Angelina Jolie mientras se tratan de matar y enseñan 2 centímetros cuadrados de piel.

Habían tres o cuatro cines donde las pasaban: el Líbano, madre de toda la pornografía, el Center City, cuna de todo tipo de vicio, y el Coliseo, donde cualquier mocoso que hubiera cambiado la voz podía entrar. Si había algún otro, el Alzheimer me nubla la memoria.

El Center City quedaba en el centro de San José, en una zona donde no era recomendable que un polaquito de 13 años, machito, pecoso, de ojos claros, anduviera. El Líbano se constituía en una barrera tan inmensa como los cedros que abundan en ese país, imposible de penetrar. Así que mi antro fue el Coliseo, que quedaba en la mejor esquina de San José: sobre avenida 7, en la esquina con calle 12, al costado norte del Líbano. Curiosamente, los polaquitos no corríamos tanto peligro por allí.

Ahí fuimos, con un grupo de amigos, a cual más de imberbe, a ver nuestra primer película pornográfica, un sábado en tanda de 3. El título no lo recuerdo, el eslogan publicitario si: “Jacqueline Bisset desnuda de cuerpo y alma”. Jacqueline Bisset... un mujerón, reconocidísima actriz de la época, a quien no describiría exactamente como una actriz porno, aunque había salido desnuda en algunas. Las hormonas no cabían en nuestros cuerpos, ni en los de decenas de otros espectadores bastante mayores que nosotros...

La película empezó, lenta, aburrida. La trama, sinceramente, no la recuerdo. No estábamos ahí para eso. La película terminó, tan lenta como empezó. Si Jacqueline Bisset desnudó el alma, no lo se. Yo tenía 13 años y no lo hubiera entendido, ni me importaba. Lo que les puedo asegurar es que el cuerpo no lo enseñó. En una escena se desnudaba en su habitación, pero en cámaras sólo mostraron su espalda. Se ve más en Ojo de Agua...

La decepción fue total. El público silbaba, arrojaba objetos a la pantalla, reclamaban la devolución de los 5 colones que valía el boleto. Los polaquitos salimos corriendo, nunca nos hubiéramos imaginado que al cine había que ir preparado con huevos, tomates y bolsas de orines...

Cuando yo era carajillo aprendíamos las cosas importantes en la universidad de la vida. Nada de educación sexual para pre-adolescentes. Nada de grown-up talks with daddy
.
Click para leer hasta el final

julio 01, 2005

El infierno

Anoche descendí hasta las entrañas del infierno. Las ánimas en pena se burlaban de mi, en un coro macabro de voces estridentes que subían hasta el paraíso que es mi cama. La temperatura de mi cuerpo llegaba al punto de ebullición; la temperatura ambiente parecía oscilar entre un frío desgraciado que me hacía temblar sin control, y un calor sofocante que me ponía a sudar a cántaros. Dos pastillas de ClariGrip y media hora más tarde, había regresado al purgatorio que es la vida cuando me coge la quiebra-huesos.
Click para leer hasta el final

junio 16, 2005

El veredicto

Diagnóstico: Keratosis actínica.

Tratamiento: Una quemadita con el cauterizador quirúrgico, una cremita que necrosa las células anormales, aguantarse la hinchazón y la incomodidad durante 10 días, y listo. Nada que una curita redonda no pueda cubrir.

Efectos: una cicatriz casi imperceptible.

Prevención: lentes con filtro de rayos ultravioleta, uso diario de protector solar con FPS 45, minimizar la exposición al sol.

Veredicto: Me salvó la campana.
Click para leer hasta el final

junio 13, 2005

La vida no nos pertenece

Ayer, como se habrán dado cuenta, fui a un funeral. He ido a muchos en mi vida, pero el de ayer fue una experiencia particularmente desgarradora. Para ser sincero, yo nunca fui muy cercano a D., pero le tengo gran cariño a su mamá y a su hermana, que está casada con uno de mis mejores amigos de la infancia. A su papá lo veo a menudo en la sinagoga.

D. murió de 42 años, yo tengo 40. D. tenía esposa y dos hijas, igual que yo. D. murió de un infarto. Cuando yo tenía 20 años y los triglicéridos por el cielo, el doctor me advirtió: si no te cuidás, yo te garantizo que no llegás a los 40 sin haber sufrido un infarto. No le hice caso. Después de todo, yo era joven, sin sobrepeso, no fumaba, y hacía deportes. Además, yo nunca había oído de nadie que se muriera del corazón tan joven.

Menos de dos meses después, el tío de 38 años de un gran amigo sufrió un infartazo, del cual se salvó –eso le dijeron los doctores – porque lo agarró despierto y se dio cuenta de lo que le pasaba. De haber sido media hora antes, cuando aún dormía, no estaría hoy en este mundo.

Quince días después, murió mi querido amigo Y., fulminado por un infarto masivo, a los 40 años de edad. Y. iba caminando por las calles de Jerusalén. Veinte años antes Y. había entrado por primera vez a Jerusalén, como miembro del escuadrón que la liberó. En esa batalla recibió varios balazos en su tórax, pero pudo más su deseo de ver a Jerusalén libre y reconstruida. Allí se quedó a vivir. Hasta que su corazón no pudo más.

Ese mismo día volví donde mi doctor. Me repitió la advertencia, y agregó: con la genética que heredaste, no podés correr ningún riesgo. Desde entonces he alternado períodos de controlar los triglicéridos y el colesterol con dieta (los menos), con períodos de controlarlos tomando medicinas. Pero de una u otra forma me he cuidado.

Sin embargo, no fue el parecido de mi situación con la de D. lo que me golpeó. La escena del funeral fue verdaderamente desgarradora. Las imágenes desfilan frente a mi retina en macabra sucesión. Su papá gritaba “I wanna go with my son”, y yo, que por cuestiones de mi religión que no viene al caso explicar aquí, estaba en otro sector del cementerio, lo escuchaba con aterradora precisión. La escena de la mamá de D. descompuesta en su silla de ruedas; la mirada hueca de la esposa, típica de quien no ha logrado asimilar lo sucedido; la hija mayor contenida por dos amiguitas; la cara desencajada y los ojos hinchados de mi amigo M., el cuñado de D.; la circunstancia de la muerte, en Honduras, solo, en un viaje de negocios; todo junto es suficiente para que hasta el más insensible saliera del cementerio sintiendo un profundo dolor en el pecho.

Los pensamientos brotan en mi mente a mil por hora. Los seres humanos estamos condicionados para “acompañar a nuestros mayores a su última morada”. Sin embargo, los chiquillos no están preparados para enterrar a sus padres tan jóvenes. Yo, que perdí a mi tata a mis 35 años, sé lo que es sentir un dolor inmesurable, y eso que yo era una persona madura y con una vida más o menos encaminada. Pero nada se puede comparar con el horror de enterrar a un hijo. I want to go with my son. Las palabras retumbarán en mis oídos por siempre.

Click para leer hasta el final

junio 12, 2005

I wanna go with my son

El grito desgarrador se oía por todo el cementerio.

42 años. Infarto fulminante. In a strange land far from home. Gone before his time.

Rest in peace!
Click para leer hasta el final

junio 10, 2005

Con el más fino sentido del tumor

Me revisó completo bajo la intensa luz del dermatoscopio, y con la cara más seria que un pleito de machetes me dijo:

"Eso que le está saliendo a usted en la cara no es una segunda nariz para que respire mejor".
Click para leer hasta el final

junio 08, 2005

Costarriqueñización del palíndromo

Sea malo. Blog. Gol. Bola maes.
Click para leer hasta el final

junio 07, 2005

Palíndromo incoherente

Se malo, blog. Gol, bola, mes.
Click para leer hasta el final