julio 18, 2005

Aventuras de supermercado

En Costa Rica, donde la división tradicional de roles entre los sexos muere muy lentamente, encontrarse un hombre haciendo las compras del supermercado es un evento, por decir lo mínimo, excepcional. Excluyo de entrada a los hombres solteros, viudos y divorciados sin novia ni empleada doméstica, ya que no les queda más que hacer sus propias compras (usualmente una botella de licor, un paquete de cigarrillos, papas tostadas y otros snacks, y uno que otro artículo de higiene personal y de limpieza). Excluyo también a los hombres casados o que se encuentran en algún tipo de relación y que simplemente acompañan a sus damas a hacer las compras, pero que no son compradores activos. No cuentan tampoco los homosexuales, para quienes habría que hacer un estudio aparte. Me refiero a los hombres como yo, casados y sin dudas “existenciales”, que por razones del destino ocasionalmente o a menudo hacemos las compras del supermercado para toda la familia. En mi caso, lo reconozco desde lo más obscuro de mi machista corazón, es una situación apenas ocasional. Tal vez sirva al lector saber que mi media naranja está de viaje y por esa razón en los últimos días me ha tocado ir de compras un par de veces.

Afirmo que es un evento excepcional porque mi estudio de campo así lo confirma. En primer lugar, como en el método científico, está la observación: fui a dos supermercados muy distintos (por marca, ubicación, y segmento social al que están dirigidos), y fueron poquísimos los machos solitarios observados con un carrito lleno de compras (excluyo al chavalillo de 19 años con el carrito lleno de birras y meneítos; obviamente tenía fiesta esa noche). El segundo paso del método científico: la medición. Se miden las reacciones de las representantes del “sexo convexo”, que para efectos del estudio supermercadológico se clasifican en varias categorías que a su vez se dividen en subcategorías menores. Así por ejemplo, tenemos a las compradoras y las demostradoras de productos. Entre las primeras, observamos a las jóvenes sin hijos, jóvenes con hijos, y mujeres “adultas mayores”. Excluimos a las mujeres de edad mediana, porque parecen transcurrir por la vida (o los pasillos del supermercado) sin importarles lo que sucede a su alrededor. Entre las demostradoras, claramente se distinguen las “mamis ricas” de los “pellejos que no venden ni una medicina a un enfermo”. Por supuesto, y en el no tan remoto chance de que mi adorada esposa lea esto, en mis dos viajes al supermercado no ví ninguna mami rica. That’s my story and I’m sticking to it!

Los empleados del supermercado son otra categoría cuya reacción es digna de observar. Aquí tenemos la división natural entre hombres y mujeres, y en cada categoría, tenemos que distinguir a los cajeros de los “trabajadores de campo”.

Con esto en mente, iniciemos el recorrido de este varón domado en el supermercado.

Pasillo 1: es mi favorito; ahí están los licores, cervezas y snacks, además de los artículos de mantenimiento automotriz. La concentración de testosterona es la más alta de todo el antro, en especial alrededor de la demostradora que, muy estratégicamente, se para frente al refri donde exhiben los jamones serranos y otras delicias importadas (que van muy bien con la cerveza y el vino), y ofrece probaditas de Bailey’s. Aunque a mi no se me hizo así, las reacciones de mis congéneres me dicen que se trata de una “mami rica”. No hace falta que abra la boca, con solo sonreír y levantar la mano con una micro copa de licor, van cayendo todos como moscas. Cuando me toca el turno, a punto ya de caer en la tentación, recuerdo que acabo de comer carne y las restricciones dietéticas me impiden ingerir productos lácteos hasta unas horas después. Con una sonrisa, que estoy seguro ha de haber salido falsa y tremendamente ridícula, me hago el que no me interesa probar la poción de amor que se me ofrece.

Pasillo 2: Artículos de costura, ganchos para la ropa, y otros artículos de similar naturaleza. Cuando entré a este carril con mi carrito, yo que no conozco la ubicación de los productos y por tanto he de recorrer todos los pasillos del supermercado para que no se me olvide nada de mi lista, caigo en cuenta que he sido el primer hombre en quince años en haber transitado esos metros de bien raíz. La reacción de la abuelita que me topo de frente al dar la vuelta e introducirme en el pasillo 2 me lo dice todo: asustada, recupera los reflejos de sus mejores años, y en un tris quita su carrito para evitar la inminente colisión. Su expresión me dice que está eternamente agradecida: ya puede morir tranquila porque – ahora si – en su vida lo ha visto todo. Recorro el pasillo pero no agrego nada a mi carrito.

Pasillo 3: Artículos de higiene personal y belleza. Ningún hombre que se precie de serlo se atreve a ingresar en este carril sin la respectiva compañía femenina. A mi, que necesito jabón y pasta de dientes, no me queda de otra. Bonito pasillo, tan bonito que termino poniendo en mi carrito pintura de uñas color fucsia y una cremita humectante que es maravillosa para las patas de gallo que se me empiezan a formar en la parte externa de los ojos. Al menos de eso me convencen las demostradoras que, me dicen otros que las vieron, son las más dignas y representativas integrantes de la categoría de “mamis ricas”. Ah, y tan aturdido quedé que compré de la pasta de dientes que el dentista me había ordenado evitar.

Pasillo 4: Salgo del pasillo 3 montado en una nube, y no me percato de lo que se exhibe en este pasillo. Noto, eso si, la sonrisa lastimera de una demostradora que, pobrecita, cae en la categoría de pellejo. Nada personal, pero ni siquiera me doy cuenta de qué ofrece.

Pasillo 5: Cereales de desayuno. En mi casa, mi esposa compra los que a ella le gustan, y yo como lo que hay. Casi siempre son cereales de esos que anuncian que reducen la cintura: Special K y otros por el estilo. Me debato entre aquello a lo que me tienen acostumbrado y lo que evoca felices recuerdos de la infancia. La decisión es fácil; pongo una caja de Froot Loops en el carrito. Al otro lado del pasillo, una mujer joven sin hijos suspira. De que no tiene hijos estoy seguro, su estómago plano y firme y la piel prístina alrededor de su ombligo revelan que nunca ha estado embarazada. Su mirada parece decir “qué partidazo. Mientras mi esposo anda en el gimnasio viendo culitos, este señor le lleva el cereal favorito a sus hijos”. La mujer se da cuenta de que soy un hombre de muchas entradas, y que conmigo no tiene chance. Mis entradas: dos en la frente que apuntan directo a la coronilla, entrado en carnes, y entrado en años.

Al final del pasillo, otra mujer joven agarra fuerte a sus hijos y les dice en voz baja: “no se me separen, que ese señor es un pederasta y usa los Froot Loops para atraer a los niños bonitos como ustedes”. Uno de los niños grita al verme pasar: “mami, ¿quez un pederazta?”

Pescadería: mi doctor dice que debo de comer más pescado y menos carne roja. Obediente, me voy de pesca. Termino comprando unos filetes del pescado que más hay en exhibición. Lo tiene todo a su favor: el empleado me asegura que les acaba de llegar y por eso es el más abundante, que está fresquito. Además, el nombre se me hace muy apropiado para un vago como yo: pargo. Al llegar a la casa y prepararlo me doy cuenta de que fui engañado, no estaba fresco y por eso era el más abundante. Eso me pasa por pargo.

Pasillo 6: transito por él sin ningún incidente digno de mencionar.

Pasillo 7: Salsas, condimentos, etc. Busco pero no encuentro el aceite de ajonjolí que tanto me gusta. Le pregunto a un empleado del supermercado, y me dice que ahí está, al final del pasillo a mano derecha, con los demás aceites. Sigo buscando infructuosamente. Una empleada del súper nota mi desesperación y me ofrece su ayuda. Le digo que busco aceite de ajonjolí, me toma de la mano, y me lleva al pasillo 6, donde lo tienen con los productos orientales.

Verdulería: Me detengo a ver y tocar los tomates, que no me tienen muy convencido. El verdulero se me acerca y me dice: “viera qué buenos están esos tomates”. “Pero están muy amarillos, verdiones”, le respondo. Se me acerca aún más y me dice casi susurrando: “tiene razón, es que los hombres casi siempre caen de majes. Allá en el estante del final hay unos mejores”. Es cierto. Los venden en bandejas de 6 unidades. Volteo a ver a todos lados, rompo el plástico, saco tres, y me voy como si nada.

Pasillo 8: Productos lácteos, panes, tortillas. Me vuelvo a encontrar de frente a la abuelita del pasillo 2. Esta vez va acompañada de otra roquita. Me ven, cuchichean, me vuelven a ver, sus ojos se cruzan en una mirada cómplice y simultáneamente emiten una risita controlada. O piensan que soy maracas, o no logro entender lo que piensan...

Finalmente me dirijo a la caja a pagar. La cajera no da crédito a sus ojos, un hombre no afeminado trae hasta pescado en su carrito. Sigue el protocolo de manera estricta y me pregunta: ¿tarjeta de cliente frecuente? La vez anterior me había tocado con un cajero hombre. Saltándose el protocolo, me dirige una mirada cómplice y me dice: ni le pregunto por la tarjeta de cliente frecuente.

Llego a la casa y la empleada, convertida en mi jefa desde que la verdadera no está, me dice: “don Otrova, se le olvidó el limpiador de cocina que le puse en la lista”. De pronto recuerdo lo que había en el pasillo 4. “Es que traje un producto mejor, es el del tarrito rosado que trae unos ojos en la etiqueta”. La etiqueta está en inglés; ella no sabe que lleva 4 días limpiando la cocina con crema humectante para las patas de gallo.

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julio 14, 2005

Polacos hijueputas

(En un caso de inspiración cruzada sin precedentes en la blogosfera nacional (jajajajaja), pareciera ser que mi anterior post (Ecumenismo, versión católica) inspiró a Solentiname a escribir un excelente relato titulado Las expulsiones, que a su vez me ha impulsado a escribir este post tan bellamente titulado.)
Sábado por la tarde. Vamos caminando por el costado norte de la Juan Rafael Mora, a una cuadra de la sinagoga, cuando me la lanzan en curva desde la acera de enfrente:
- ¡Polacos hijueputas!
Con 16 años a cuestas y niguna experiencia similar previa, rodeado de 7 u 8 carajillos de 11 años que estaban “bajo mi responsabilidad”, me detengo, me volteo, y veo tres chapulines muertos de la risa apoyando sus espaldas en la pared, en posición amenazante. Con toda la sabiduría que le brindan a uno las hormonas de la pubertad, les pregunto:
- ¿Qué pasó?
- No, nada, mi hermano.
- ¿Cómo que nada? Es que me pareció escuchar algo, pero no estoy seguro de qué.
El primero de los tres valientes emprende la huída más rápido de lo que tarda un adolescente en venirse en su primer experiencia sexual.
- No, nada, de veras, no era con usted.
- ¿De veras? ¿No fue que gritaron polacos hijueputas?
- Bueno, diay, si, polaco de mierda, eso fue lo que dijimos.
Me volteo a ver a “mis” carajillos y les pregunto en voz alta para que los del otro lado de la calle oigan: ¿alguno de ustedes nació en Polonia? Levante la mano el que ha nacido en Polonia, por favor. Ninguno la levanta. Levante la mano el que haya nacido en Costa Rica. Ahora sí, todos la levantan.
- Me parece que aquí no hay ningún polaco.
- Ah, jodás. Si tienen toda la pinta.
- Mirá, hijueputa, aquí todos somos ticos, nacidos en Costa Rica, de padres costarricenses nacidos en Costa Rica. De hecho, el único polaco que conozco es el Papa Juan Pablo II. ¿Le hablabas a él?
- Andate a comer mierda. ¡Judíos hijueputas!
- Ahora si que diste en el clavo. ¿Ves? Judíos si somos, igualito que tu dios Jesucristo, que nació, vivió y murió judío. Me parece que le acabás de decir hijueputa a tu dios. No creo que al cura de tu iglesia le cuadre mucho cuando se lo confesés.
- No, mae, eran varas, no hagamos un pleito de esto, si son varas.
- No, imbécil, no son varas cuando insultaste a tu dios y a su Papa. No vamos a hacer pleito, pero porque en realidad a mí no me insultan tus ladridos.
Satisfecho, sigo mi camino con “mis” carajillos. Llegamos a la esquina y caigo en cuenta que mi corazón late a una velocidad jamás antes alcanzada. Volteo, y los valientes ya no están. ¿Andarán trayendo refuerzos? Grito:
- TODOS CORRIENDO A TODA VELOCIDAD A LA SINAGOGA.

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julio 10, 2005

Ecumenismo, versión católica

"Bendice señor a nuestros hermanos judíos e ilumina su rostro para que vean en Cristo Nuestro Señor al único salvador".

Escuchado hoy en una misa en honor a una persona fallecida, en San José, Costa Rica.
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julio 09, 2005

El Coliseo

Siguiendo con la serie de “Cuando yo era carajillo”, e impulsado por un comentario del buen Yuré en un post de mi amiga Solentiname, les cuento la siguiente historia.

Cuando yo era carajillo, entrando a la adolescencia (nunca he sabido de qué adolescen y por qué ese mote para toda una cohorte generacional), había que cumplir con el ritual de ir a ver una película “Sólo para mayores de 18 años”. No existían en esa época categorías como R, PG-13, XXX ni ninguna playada por el estilo. Las películas eran para mayores de 18, o para todo público. Y cuando eran para mayores de 18, eran para mayores de 18; nada de Brad Pitt bailando pegajoso con Angelina Jolie mientras se tratan de matar y enseñan 2 centímetros cuadrados de piel.

Habían tres o cuatro cines donde las pasaban: el Líbano, madre de toda la pornografía, el Center City, cuna de todo tipo de vicio, y el Coliseo, donde cualquier mocoso que hubiera cambiado la voz podía entrar. Si había algún otro, el Alzheimer me nubla la memoria.

El Center City quedaba en el centro de San José, en una zona donde no era recomendable que un polaquito de 13 años, machito, pecoso, de ojos claros, anduviera. El Líbano se constituía en una barrera tan inmensa como los cedros que abundan en ese país, imposible de penetrar. Así que mi antro fue el Coliseo, que quedaba en la mejor esquina de San José: sobre avenida 7, en la esquina con calle 12, al costado norte del Líbano. Curiosamente, los polaquitos no corríamos tanto peligro por allí.

Ahí fuimos, con un grupo de amigos, a cual más de imberbe, a ver nuestra primer película pornográfica, un sábado en tanda de 3. El título no lo recuerdo, el eslogan publicitario si: “Jacqueline Bisset desnuda de cuerpo y alma”. Jacqueline Bisset... un mujerón, reconocidísima actriz de la época, a quien no describiría exactamente como una actriz porno, aunque había salido desnuda en algunas. Las hormonas no cabían en nuestros cuerpos, ni en los de decenas de otros espectadores bastante mayores que nosotros...

La película empezó, lenta, aburrida. La trama, sinceramente, no la recuerdo. No estábamos ahí para eso. La película terminó, tan lenta como empezó. Si Jacqueline Bisset desnudó el alma, no lo se. Yo tenía 13 años y no lo hubiera entendido, ni me importaba. Lo que les puedo asegurar es que el cuerpo no lo enseñó. En una escena se desnudaba en su habitación, pero en cámaras sólo mostraron su espalda. Se ve más en Ojo de Agua...

La decepción fue total. El público silbaba, arrojaba objetos a la pantalla, reclamaban la devolución de los 5 colones que valía el boleto. Los polaquitos salimos corriendo, nunca nos hubiéramos imaginado que al cine había que ir preparado con huevos, tomates y bolsas de orines...

Cuando yo era carajillo aprendíamos las cosas importantes en la universidad de la vida. Nada de educación sexual para pre-adolescentes. Nada de grown-up talks with daddy
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julio 01, 2005

El infierno

Anoche descendí hasta las entrañas del infierno. Las ánimas en pena se burlaban de mi, en un coro macabro de voces estridentes que subían hasta el paraíso que es mi cama. La temperatura de mi cuerpo llegaba al punto de ebullición; la temperatura ambiente parecía oscilar entre un frío desgraciado que me hacía temblar sin control, y un calor sofocante que me ponía a sudar a cántaros. Dos pastillas de ClariGrip y media hora más tarde, había regresado al purgatorio que es la vida cuando me coge la quiebra-huesos.
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