Hoy es el quinto aniversario de la muerte de mi papá, de acuerdo con el calendario hebreo. En su memoria, vuelvo a colgar este post, que es el relato de un sueño que tuve aproximadamente un mes después de su muerte, y más o menos un mes antes del nacimiento de mi segunda hija.
Ahí estaba yo, arrellanado en el sillón grande de la sala de mi mamá, anestesiando la mente con la programación de la TV.
Él apareció de pronto en el zaguán, un halo luminoso lo envolvía. Su dulce sonrisa, de oreja a oreja, iluminaba el pasillo. En sus brazos, una bebita recién nacida. Su piel, color de rosa, arrugada; sus nalguitas, blancas y respingadas.
Me levanté corriendo a abrazarlo. Él, con su gran sonrisa, extendió sus brazos hacia mí. No para abrazarme, no podía; sus manos ocupadas en dar vida a la más preciosa “entrega especial” que pueda uno imaginar.
Traía a mi hija, esa que nacería unas semanas después. Me sonrió con un dejo de tristeza en sus profundos ojos. El orgullo de abuelo brotaba en su expresión como manantial de la tierra.
Lo quise abrazar. Él se esfumó. No podía quedarse.
Al entregarme a mi hija, entregó su alma a ella.
La boda
Hace 5 días.
4 comentarios:
Que post mas conmovedor este tuyo, Otrova. Cuando se ama a alguien, como es evidente que amáste (y seguís amando) a tu padre, no hace falta decir muchas cosas sino solo las cosas precisas.
Otrova,
Es alentador ver a un hombre expresar su lado tierno... gracias por invitarnos a pasar a tu sala interior.
"Él se esfumó. No podía quedarse." Mi imaginación se agita al visualizar el trillón de posibilidades que esta frase señala. (Ayer ví: "No te mueras sin decirme a dónde vas" de Subiela y de algún modo has quedado en mi recuerdo como parte de ésa peli). Brindo y rompo un copa en honor a tu padre.
Me encanta cuando los hombres nos dejan compartir y deleitarnos en su lado tierno, gracias!
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