Gracias a don Víctor Emilio Láscarez Láscarez, los costarricenses, y en particular los que nos identificamos como judíos, podemos hoy dormir un poco más intranquilos que ayer. Ya no basta con la ola criminal que azota a nuestro país, por la cual no podemos salir despreocupados a la calle porque nos asaltan, o nos rompen la ventana del carro para robarnos el maletín, o nos desvalijan la casa mientras tenemos la suerte de no ser vapuleados en la calle. Ahora debemos de agregar la preocupación de tener en el país a dos ciudadanos de países árabes, que no cumplían con los criterios de Migración para el otorgamiento de una visa – vaya usted a saber por qué – sueltos y campantes y planeando quién sabe qué tipo de actividades en las cuales prefiero no pensar, pero no puedo dejar de hacerlo.
Don Víctor es un alma caritativa, además de un conductor responsable. Para no dormirse al volante de su carro con placas diplomáticas, se ofreció a traer al país a estos dos personajes, supuestamente desconocidos, gracias a su desbordante “espíritu de servicio”. El mismo espíritu que exhibió cuando la Cancillería decidió dejar de pagar a los Cónsules comisiones por la venta de timbres, y que lo llevó a facturar “servicios de intermediación financiera” por recibir y depositar en las cuentas de Relaciones Exteriores los dineros de los usuarios del consulado que en ese entonces el ilustre funcionario dirigía.
Uno de los extranjeros, el libanés Ziad Bader Eldine había ingresado y residido en Costa Rica de manera ilegal desde el 2006. Cuando intentó ingresar de manera igualmente ilegal a Nicaragua, fue detenido en el puesto fronterizo de ese país. Tan desconocido era este oscuro personaje para Láscarez, que éste manejó los 145 kilómetros que separan a Managua de Peñas Blancas, y por ese espíritu de servicio tan rebosante que le caracteriza, intercedió ante las autoridades de Nicaragua – que bajo el mando de Daniel Ortega se ha convertido en feliz refugio de cuánto “revolucionario” (léase, entre líneas, “terrorista”) existe deseoso de tomarse unas vacaciones tropicales – para que le liberasen. Y ese mismo espíritu samaritano lo llevó a otorgarle una visa a ese “desconocido” para que pudiera ingresar a nuestro país, a sabiendas de que aquí ya había estado casi dos años en condición de ilegal. Y no bastándole con eso, le dio un aventón en su carro diplomático, le ayudó a cruzar la frontera , y lo llevó a Liberia. Un servicio realmente encomiable.
Hace casi ocho meses a don Víctor lo obligaron a renunciar a su puesto consular, justamente por haber traído al país a este par de sujetos de dudosa reputación. El gobierno de don Oscar Arias, raudo y veloz, envió el caso a una Comisión de Ética del propio Poder Ejecutivo. Este, valga la aclaración, es el procedimiento de elección cuando un gobernante desea proyectar una imagen implacable ante aparentes actos inmorales, ilegales o anti éticos de sus funcionarios, pero que en realidad lo que desea es brindar al investigado un escudo que lo proteja de una potencialmente más dañina investigación judicial, legislativa o administrativa. Prueba de ello es que dicha Comisión de Ética rinde su informe al Poder Ejecutivo, y éste decide qué hacer con él. En el caso del Sr. Láscarez, el informe nunca se dio a conocer sino hasta ahora que existía la posibilidad de que llegara a alcanzar una diputación. Y aún así, la publicación del informe de la Comisión de Ética se dio gracias a la presión de la oposición y no por decisión propia e independiente del Poder Ejecutivo o del Consejo de Gobierno.
Lo que ese informe escondía es muy revelador, aunque no sorprende a nadie. Entre otras cosas, afirma que el Sr. Láscarez “incurrió en flagrante violación de los principios de integridad y probidad, perdiendo la objetividad y responsabilidad que le corresponde como cónsul general de Costa Rica en Nicaragua”, además de que “afectó con su proceder la seguridad, el buen nombre y prestigio del país”. En cualquier otro país, don Víctor Emilio hubiera ido a parar con sus huesos en un calabozo. Pero no en este bendito país de las maravillas donde don Oscar Arias decreta “confidencial” el informe de su propia comisión de ética, que incrimina a su dilecto amigo y prominente seguidor, y ahí quedan las cosas. El mismo tipo de actitud arrogante y prepotente que, repetida a lo largo de varios períodos presidenciales, ha llevado al común denominador de los ticos a perder la fe en los funcionarios públicos, en la clase política, y en la capacidad del gobierno y del sistema democrático para resolver los múltiples problemas que aún nos aquejan y nos impiden alcanzar un nivel de desarrollo superior.
Contrasta la actitud presidencial con la transparencia del Presidente electo de los Estados Unidos, cuando al conocerse que el gobernador de Illinois estaba intentando subastar el puesto de senador que el Sr. Obama dejaría vacante, ordenó a sus colaboradores y asistentes hacer públicos todos los documentos que guardaran relación con sus contactos con el gobernador, en aras de demostrar que nada tenía que ver con las actividades ilícitas de las que fue acusado su (¿ex?) amigo. Lástima que en los círculos políticos de nuestro país el concepto de amistad sea tan incomprendido. Aún a expensas de la seguridad nacional y de la tranquilidad ciudadana.
© Eliécer Feinzaig
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