Mis recuerdos de la infancia están marcados por la presencia de dos personajes inolvidables. A. era un vecino tremendamente inquieto, con una inclinación hacia lo científico, y una impresionante habilidad para inventar y fabricar aparatos que nos pudieran meter en problemas al tiempo que nos divertíamos. Por esa cualidad de inventor le decíamos Ciro Peraloca. Renato era el hijo de la empleada de mis tíos abuelos, que vivían justo en la casa de enfrente. Era la época en que los hijos de las empleadas vivían con ellas en la casa donde trabajaban, jugaban con los carajillos del barrio, y se sentaban a comer a la mesa con la familia. Y Renato no era un carajillo cualquiera; era el líder de la pandilla.
Mis papás construyeron casa cuando yo tenía unos 4 años, en un otrora cafetal recientemente convertido en nueva urba. Nuestra casa fue una de las primeras del barrio; para llegar donde otros vecinos a veces había que cruzar por entre los cafetales abandonados ya que las calles se fueron construyendo paulatinamente. Era un paraíso suburbano, suficientemente cerca de la ciudad para que mi papá no tuviera problemas en trasladarse al trabajo, pero completamente aislado del barullo, del tráfico de carros, y con suficiente espacio para que los carajillos pudiéramos pasar días enteros jugando afuera sin joder ni preocupar a nuestros tatas.
En el barrio había dos pandillas. La de los italianos y la de los polaquitos. Renato, el muchacho moreno de Guanacaste, era el jefe de los polaquitos. En los cafetales abandonados botábamos árboles para hacer nuestras guaridas, que quedaban perfectamente escondidas de las miradas ajenas bajo los matorrales que ya desde entonces empezaban a ahorcar a las plantas de café. Los italianos y los polaquitos estábamos en guerra permanente. En verano todo el día, y en época de clases en las tardes, nos reuníamos, cada pandilla en su guarida, a planear el ataque a los de la otra pandilla. Renato era un estratega militar de primera; Ciro nos proporcionaba las armas que íbamos a usar contra los italianos. Los árboles de higuerilla nos brindaban la munición.
Ciro empezó haciendo hondas inspiradas en el relato bíblico de David y Goliat. Los soldados rasos le conseguíamos ramas en forma de horqueta, y Ciro las cortaba, descortezaba y pulía hasta que quedaban suaves al tacto. Él les acondicionaba las ligas y los cueros para las higuerillas, y las probaba para asegurar su funcionalidad. Luego, los soldados ya armados nos escondíamos entre los matorrales cercanos a las calles, y nos apeábamos de un semillazo a los italianos que se atrevieran a andar en bici en nuestro sector. Yo era, y por mucho, el más carajillo de la pandilla de Renato, y no me dejaban aventurarme hacia territorio enemigo. No se lo que le pasaba a los polaquitos cuando andaban en bici por las calles de los italianos.
Las destrezas de Ciro fueron en aumento. Eventualmente empezó a fabricar rifles de madera, con mecanismo de liga y cuero, accionados por un gatillo, almost like the real thing. Las municiones seguían siendo las higuerillas. Los rifles llegaron a tener mirilla para apuntar, y un alcance como de 50 metros, lo cual nos permitía subirnos a los árboles y vigilar las calles desde ahí. La superioridad de nuestro arsenal era impresionante.
Renato, además de estratega militar y comandante de nuestra pandilla, era experto en hacer patinetas. Ojo, no hablo de “skateboards”. Hablo de unos armatostes de madera donde dos personas se podían sentar, y rodaban con roles metálicos que sobresalían de los ejes delantero y trasero del vehículo. El ingenio de Ciro se juntó con la pericia de Renato, y eventualmente llegamos a tener patinetas con volante y freno. Antes de eso, varios pandilleros terminamos las cuestas y las curvas en el servicio de Emergencias del San Juan de Dios con brazos quebrados, rodillas rotas, cejas partidas, y el espíritu intacto.
Con el pasar de los años, los italianos se fueron del barrio, y hoy en día sé del paradero de apenas un par de ellos. Los polaquitos también nos fuimos, pero nuestros padres aun viven en el mismo lugar. Ya no es lo mismo. Donde nosotros teníamos nuestro cuartel general, hoy vive el Dr. G. Las casas de los italianos se han ido convirtiendo en oficinas de empresas privadas e instituciones públicas. Los matorrales, que terminaron acabando con los cafetos, cedieron el paso a espantosas casas de todos tamaños, colores y sabores. Pero los recuerdos de la infancia permanecen nítidos en la memoria (o exagerados en la nostalgia).
Cuando Renato fue mayor de edad, se marchó a pelear en las montañas de Nicaragua. Nunca supe más de él. Espero que lo aprendido en el barrio le haya servido. De una cosa estoy seguro, y es que sus compañeros de lucha la habrán pasado muy bien en su compañía.
Ciro es hoy un respetadísimo cirujano. Anteayer lo volví a ver, cuando salió del quirófano después de haber operado a mi mamá. No ha perdido el toque. Aparato que desarma lo vuelve a armar sin que le sobren piezas, y el aparato queda funcionando como nuevo. Eso me lo aseguró mi mamá cuando anoche llegó a cenar a mi casa.
La boda
Hace 6 días.
12 comentarios:
Me recuerda mucho a las guerrillas de infancia que contaba Calufa. Hubiera yo querido tener una niñez màs activa, como eso que contàs. Me gustò mucho.
Otrova, tu infancia parece ser una veta de anécdotas enormemente ricas. Me agrada como logras anudar y luego desenfrascar a tus personajes dándoles la libertad de vivir plenamente en los escenarios que describes. En especial, me impresiona esta sensación de releer buscándole más y nuevas aventuras aunque la historia tenga el cierre perfecto. // Yo siendo tú hubiera explorado en bici el territorio italiano, quizá en vez de higuerillas ellos lanzaran pizzas. // Me alegra muchísimo que tu mamá se haya recuperado sin complicaciones de su cirugía.
Sole, yo creo que toda infancia tiene episodios "activos" como este, no creás que toda mi infancia fue así. Si me pongo a contar las gorriadas que me pegaban mis otros vecinos y mis compañeros de la escuela, no podrían mis lectores con sus cuentas de psicólogo...
Tugo, sería interesante leer los relatos de la infancia de tu tata, pero estoy seguro que también los de la tuya.
Yuré, mi temor era que en vez de pizzas o higuerillas, los italianos aventaran albóndigas boloñesas recién sacadas del congelador!!! Gracias por los piropos al relato, siendo yo un aprendiz de cuenta cuentos tus comentarios son doblemente elogiosos. Y gracias también por lo de mi mamá; la verdad es que su recuperación ha sido sorprendente, gracias en buena medida a la pericia de Ciro, pero también a la buena mano del anestesista (sería injusto no mencionarlo).
me voy a poner malcriada, adelanto:
PARA CUANDO EL CUENTITO DEL PESCADO ASFIXIADO??
PARA CUANDO AH? PARA CUANDO???
Las masas y Yuré y Yo exigimos!!
Pongale, papá, pongale!
Diay, pero ese cuento ya lo conté en tu blog; no hubo más que eso. Yo me metí a hacer lo mío, y cuando me levanté y voltié a ver la pecera, el pobre Cirilo estaba "nadando" panza arriba...
me impresiona la marcada diferencia entre los niños y las niñas en cuanto a su desarollo infantil... es decir... nunca fui una niña muy femenina (como es mi hija, con su maqillaje y ropa de gala) pero nuestras guerras eran más bien guerras psicológicas y los pobres niños no podían contra nosotras.
En mi barrio también habían cafetales y aunque éramos una sola pandilla, nos dividíamos en dos y nos turnábamos los buenos y los malos. Por lo tanto, desde edad temprana supe ser leal y traicionero, cruel y compasivo, a no rendirme y a hacerlo pronto. Dependía del día, y de la mitad en la que estaba.
Creo que mi generación fue la última en la que sólo jugábamos a matarnos; las siguientes lo han tomado demasiado en serio.
Bueno, pero es que dice Yuré que te convenciera para dar detalles de esos escabrosos y cumplo con lo prometido.
Excelente historia. No pude evitar imaginarme tu narración, cual si fuera una pelicula de tipo Tom Sawyer.. Saludos
Ilana, parece que ya desde entonces las mujeres se entrenan para hacernos la vida imposible a los hombres. ¡Justo lo que diría Esther Vilar!
Jinete, ¿será que ese estado de relativismo absoluto nos permite ponernos en los zapatos del otro, en vez de matarlo sin miramientos? ¿Será eso lo que nos distingue de las más nuevas generaciones?
Pixel, ya quisiera yo tener el 10% de la habilidad narrativa de Mark Twain; gracias por el piropo!
Pues no lo sé, creo que tal vez caí víctima de ese espejismo que reza "todo tiempo pasado fue mejor." He llegado a creer que el mundo siempre ha sido la misma vara, siempre han habido gozo y miseria y la diferencia es que ahora somos más y estamos mejor "informados" de lo que ocurre en otros lados.
Me divirtio mucho imaginarte metido entre esos cafetales, haciendo diabluras, conspirando...
Recorde "La guerra de los botones" solo que entre polaquitos e italianos!
Publicar un comentario