junio 18, 2012

Por los derechos de los homosexuales. Una perspectiva judía no autorizada.

Mi religión, como las de la mayoría de quienes llegarán a leer esto, no ve con muy buenos ojos a la homosexualidad.  Es cierto que las ramas más liberales del judaísmo ofrecen ceremonias matrimoniales para este segmento de la población, y que en sus seminarios han ordenado rabinos homosexuales y rabinas lesbianas.  Pero esa está muy lejos de ser la norma en el mainstream ortodoxo.

El Pentateuco, lo que los judíos llamamos Torá, claramente prohíbe las relaciones sexuales de hombre con hombre, y esa es la justificación que dan las religiones abrahámicas para oponerse a la homosexualidad. Veamos:

“Y con varón no te acostarás como te acuestas con mujer; es depravación.” (Levítico 18:22)

                                                              וְאֶת- זָכָר לֹא תִשְׁכַּב מִשְׁכְּבֵי אִשָּׁה תּוֹעֵבָה  הִוא


“Y si un hombre yaciere con varón como se acuesta con mujer, ambos han cometido abominación…” (Levítico 20:13) 

                                        וְאִישׁ אֲשֶׁר יִשְׁכַּב אֶת- זָכָר מִשְׁכְּבֵי אִשָּׁה תּוֹעֵבָה עָשׂוּ שְׁנֵיהֶם


Es necesario, sin embargo, analizar el contexto en que se presenta la prohibición, así como las limitaciones que la misma Torá le establece a la prohibición, las actitudes imperantes en la época en que fue escrita, y cómo ello conduce (o no) a la aversión universal a la homosexualidad.

En la Biblia hebrea (lo que los cristianos conocen como Viejo Testamento) hay un episodio de relaciones aparentemente homosexuales entre grandes personajes de la historia temprana de nuestro pueblo: el amor profesado entre David (el futuro rey) y Jonatán, el hijo del entonces Rey Saúl. La naturaleza de la relación es descrita en varios pasajes, incluyendo uno en que el propio Rey Saúl manifiesta su disgusto con su hijo por haber escogido a David “para su vergüenza” (1 Samuel 20:30). Pero, como dicen los abogados, a confesión de parte, relevo de prueba. Las siguientes palabras son parte del lamento pronunciado por David al enterarse de la muerte del Rey Saúl y de su hijo Jonatán.


           צַר- לִי עָלֶיךָ, אָחִי יְהוֹנָתָן,  נָעַמְתָּ לִּי, מְאֹד.  נִפְלְאַתָה אַהֲבָתְךָ לִי מֵאַהֲבַת  נָשִׁים


“Angustia tengo por ti, hermano mío Jonatán,
Que me fuiste muy dulce.
Más maravilloso me fue tu amor
Que el amor de las mujeres.”  (2 Samuel 1:26)

En honor a la verdad, la interpretación tradicional y autorizada de la relación entre David y Jonatán es que ella no resultó de ninguna coincidencia de intereses entre los personajes, lo cual permitió el desarrollo de una amistad sincera, profunda, e intensa, y que como tal, resultó en un amor incondicional, entendido por supuesto como amor fraternal –  platónico, si se quiere – pero jamás como amor erótico o carnal.  Sin embargo, otro pasaje bíblico nos hace dudar de esta interpretación “pasteurizada y homogeneizada”, ciertamente depurada para consumo del público. Del primer libro de Samuel:

18:1 Aconteció que cuando él hubo acabado de hablar con Saúl, el alma de Jonatán quedó ligada con la de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo.
18:2 Y Saúl le tomó aquel día, y no le dejó volver a casa de su padre.
18:3 E hicieron pacto Jonatán y David, porque él le amaba como a sí mismo.
18:4 Y Jonatán se quitó el manto que llevaba, y se lo dio a David, y otras ropas suyas, hasta su espada, su arco y su talabarte.
18:5 Y salía David a dondequiera que Saúl le enviaba, y se portaba prudentemente. Y lo puso Saúl sobre gente de guerra, y era acepto a los ojos de todo el pueblo, y a los ojos de los siervos de Saúl.

Quizás lo más sorprendente de la relación de David y Jonatán es que la Biblia en ningún momento la condena o reprende.  Más bien, en el último versículo citado, la Biblia nos aclara que David era bien visto por el pueblo (tanto así que luego se convertiría en uno de los más amados reyes de Israel), y de su progenie nacerá el Mesías.  En otras palabras, el pueblo no parecía alarmado por lo que hoy – con nuestros “valores” y creencias del siglo XXI – podríamos percibir como una “extraña” relación entre David y Jonatán.

Pero, si una relación de esta naturaleza no era mal vista en su época, ¿cuándo surge la animosidad hacia los homosexuales?  Mi opinión es que surge a partir de las traducciones de la Biblia a las lenguas de Occidente.  La primera de ellas que se conoce es la que lleva el nombre de Biblia Septuaginta, escrita en griego.  La Septuaginta data del segundo siglo antes de la era cristiana, y más tarde fue adoptada por la Iglesia como la versión oficial del Viejo Testamento. Nótese que esta traducción se produjo unos 1200 a 1300 años después de la escritura del Levítico original.  Es posible que algunas palabras del hebreo antiguo ya no estuvieran en uso y su significado fuera difícil de determinar.  Pero, ¿qué tiene que ver la traducción con la homofobia?

La mayoría de las traducciones “modernas” utilizan palabras como “abominación”, “perversión” ó “depravación” para describir el pecado de acostarse con otro hombre como se haría con una mujer (versículos 18:22 y 20:13 del Levítico, citados arriba). La palabra hebrea en el texto original es תּוֹעֵבָה (toevá).  Antes que buscar una palabra en nuestro idioma que pueda representar el significado de toevá, un ejercicio más útil es observar cómo se utiliza el término en la misma Biblia. Solo en la Torá, el término es utilizado 26 veces.  En el resto de la Biblia hebrea, es utilizado en 57 ocasiones en Profetas Mayores, una vez en Salmos, y 25 veces en Proverbios.

Son en total, 109 veces.  Además de los pasajes supuestamente referidos a la homosexualidad, todas las referencias atoevá se dan en un contexto de idolatría.  Es decir, toevá se refiere a actos abominables que pueden cometer las personas al serles infieles al Dios único y todopoderoso de la Biblia. Esto ha llevado a algunos rabinos – ciertamente no de opinión mayoritaria – a considerar que lo que está prohibido no es la homosexualidad como tal, sino las relaciones carnales entre hombres heterosexuales, que eran práctica común en ciertos ritos de fertilidad en Egipto y entre las tribus cananeas de la época.  Según esta visión, la prohibición de las relaciones entre hombres aplicaría únicamente para el caso en que se realicen en el contexto de un rito religioso idólatra. Más aún, explican los mismos rabinos, al decir “Y con varón no te acostarás como te acuestas con mujer”, resulta evidente que la prohibición no alcanza al homosexual que ni siquiera siente deseo por acostarse con una mujer, y que por ende jamás se acostaría con una. Tampoco aplica la prohibición a las relaciones entre dos mujeres.

No pretendo con estas consideraciones equipararme ni mucho menos suplantar a los grandes rabinos que estudian y dedican su vida a hacer las interpretaciones de la Torá que el mainstream considera correctas y aceptables. Lo que quiero decir es que, en mi humilde opinión, existe duda razonable acerca del verdadero significado de los versículos que comúnmente se interpretan como prohibición general de la homosexualidad, como para que consideremos ofrecer a las poblaciones sexualmente diversas, como mínimo, el beneficio de la duda.  No debemos dejarnos llevar por nuestros prejuicios – ni mucho menos justificarlos en la Biblia – cuando de lo que se habla hoy en día no es otra cosa que de equiparar los derechos civiles de los homosexuales.  No me desvela que a las uniones entre dos personas de un mismo sexo se les llame matrimonio – palabra con una carga emocional aparentemente insuperable en nuestros tiempos –, unión civil, sociedad de convivencia, o cómo se les ocurra. Lo importante en realidad es que, sea cual sea el nombre que se adopte, se garantice a los homosexuales idénticos derechos civiles a los que tiene la población heterosexual en Costa Rica.

Existiendo un margen de duda razonable, prefiero entonces adherirme a lo que establece el Levítico en su capítulo XIX: “No aborrecerás a tu hermano en tu corazón…” (19:17) y “No tomarás una decisión injusta… Con justicia juzgarás a tu prójimo” (19:15).   Pero sobre todo, deseo hacerle honor al precepto establecido en Levítico 19:16,  לֹא תַעֲמֹד עַל דַּם  רֵעֶךָ, que literalmente dice “no te pararás sobre la sangre de tu prójimo”, pero que bien podría ser interpretado como “no te quedes impasible mientras tu prójimo está siendo herido”. Por eso me parece un imperativo moral pronunciarme a favor de igualar los derechos civiles de las personas pertenecientes a minorías que en Costa Rica son “menos iguales” que los demás.

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