La otra noche, viendo la entrevista que le hizo Piers Morgan a Tony Blair en CNN, tuve una revelación casi al nivel de epifanía. La estabilidad en el Medio Oriente no depende de Israel ni de su eventual pero elusiva paz con los palestinos. En realidad no es que no lo supiera, sino que nunca antes lo había podido articular con tanta claridad. La paz y la estabilidad en el Medio Oriente dependen de dar libertad, prosperidad, y sobre todo esperanza a los pueblos oprimidos de las veintitantas naciones árabes que cuentan con dictaduras seculares, dictaduras teocráticas, dictaduras militares, príncipes feudales y/o toda clase de regímenes políticos abominables.
Ante las preguntas de Morgan, Tony Blair – ex Primer Ministro británico y actual “Enviado de Paz” para el Oriente Medio del cuarteto compuesto por Naciones Unidas, la Unión Europea, Estados Unidos y Rusia – insistía de manera fútil en la necesidad de alcanzar un acuerdo de paz entre Israel y Palestina para lograr la tan ansiada estabilidad en toda la región. No hacía más que repetir el mantra que durante 20 años de negociaciones desde Oslo ha estado vendiendo al mundo el “establishment” políticamente correcto de las organizaciones internacionales, Europa y Estados Unidos: el día que haya paz entre israelíes y palestinos, habrá estabilidad en todo el Medio Oriente. Ó, alternativamente, la herida abierta del conflicto palestino-israelí es la principal fuente de inestabilidad en la región. Más o menos como la soberana estupidez que nos vendió George Bush hijo cuando derrocó a Saddam Hussein para permitir que florecieran la democracia y la estabilidad en Irak, y por contagio, en el resto del mundo árabe.
Confieso que las manifestaciones de los últimos ocho días en Egipto me han mantenido más interesado y pegado a la pantalla (alternativamente del computador o del televisor) que la ahora famosa revolución del jazmín de Túnez unos días antes. Y si algo me ha llamado la atención es ver a un pueblo egipcio relativamente educado (comparado con algunos de sus vecinos árabes) demandando el final de la dictadura, e implorando libertad, reformas políticas y económicas, y esperanza de un futuro mejor. Al igual que en Túnez y lo que he podido ver de las manifestaciones en Jordania, el pueblo egipcio está exigiendo cuentas a sus líderes, demandando mejoras tangibles en su calidad de vida, y manifestando su hastío con un régimen cleptocrático y anquilosado que lo tiene sumido – al pueblo soberano – en la más mísera desesperanza.
Lo que nadie – NADIE – está pidiendo en estas manifestaciones populares que se han propagado por el Oriente Medio como un virus informático, es la solución del “problema palestino” para devolverse a sus casas, trabajos y escuelas. Los pueblos oprimidos de estos países están reclamando sus derechos, y la condición que ponen para que todo vuelva a la normalidad es el cambio de régimen, con la esperanza de llegar a ver un nuevo amanecer y con él, un día mejor. No quiero con esto decir que la “calle árabe” no se preocupe por la suerte de sus hermanos palestinos. Tampoco quiero insinuar que la paz entre israelíes y palestinos no sea necesaria ni que las negociaciones entre ellos deban cesar. Simplemente rescato el hecho de que Israel NO es el responsable de la inestabilidad en el Medio Oriente, ni lo es tampoco su trato hacia el pueblo palestino – cuestionable o no, imaginario o real; malo, bueno o indiferente.
No podemos ignorar que cuando los “líderes políticos” de Occidente repiten hasta el cansancio la cantaleta de la inestabilidad meso-oriental como producto del conflicto palestino-israelí, lo que en realidad están diciendo es que es responsabilidad casi exclusiva de Israel poner fin al diferendo. En privado todos reconocen que del lado palestino no existe un interlocutor serio y confiable para la paz, por lo que exigen de Israel que entregue territorios, no construya casas en los que vaya a mantener, retire los controles de carretera y demás obstáculos que ha erigido para impedir de manera efectiva los otrora constantes ataques terroristas y, en general, que acate todas las ocurrencias de la dirigencia palestina por más irracionales que estas resulten.
Si el mundo quiere ver prosperar las negociaciones de paz, es necesario derribar el mito de su centralidad en la vida del ciudadano árabe común y corriente. Es hora de reconocer que una región dominada por retrógradas, tiranos, ladrones y dictadores no va a ver la ansiada estabilidad hasta tanto no se de un cambio profundo en dichas sociedades, como el que podría sobrevenir en Egipto a raíz de esta revuelta callejera. Y digo podría, porque nunca se sabe quién vendrá a llenar el vacío de poder una vez que caiga don Hosni Mubarak.
Vientos de cambio soplan en el mundo árabe. En Occidente deberíamos de detenernos a oler los nuevos aromas que emanan de esa región, y empezar a actuar consecuentemente. No es culpando a la única democracia de todos los problemas de esa convulsa región que vamos a lograr resolver el conflicto.
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