diciembre 20, 2008
Los amigos del Presidente
Don Víctor es un alma caritativa, además de un conductor responsable. Para no dormirse al volante de su carro con placas diplomáticas, se ofreció a traer al país a estos dos personajes, supuestamente desconocidos, gracias a su desbordante “espíritu de servicio”. El mismo espíritu que exhibió cuando la Cancillería decidió dejar de pagar a los Cónsules comisiones por la venta de timbres, y que lo llevó a facturar “servicios de intermediación financiera” por recibir y depositar en las cuentas de Relaciones Exteriores los dineros de los usuarios del consulado que en ese entonces el ilustre funcionario dirigía.
Uno de los extranjeros, el libanés Ziad Bader Eldine había ingresado y residido en Costa Rica de manera ilegal desde el 2006. Cuando intentó ingresar de manera igualmente ilegal a Nicaragua, fue detenido en el puesto fronterizo de ese país. Tan desconocido era este oscuro personaje para Láscarez, que éste manejó los 145 kilómetros que separan a Managua de Peñas Blancas, y por ese espíritu de servicio tan rebosante que le caracteriza, intercedió ante las autoridades de Nicaragua – que bajo el mando de Daniel Ortega se ha convertido en feliz refugio de cuánto “revolucionario” (léase, entre líneas, “terrorista”) existe deseoso de tomarse unas vacaciones tropicales – para que le liberasen. Y ese mismo espíritu samaritano lo llevó a otorgarle una visa a ese “desconocido” para que pudiera ingresar a nuestro país, a sabiendas de que aquí ya había estado casi dos años en condición de ilegal. Y no bastándole con eso, le dio un aventón en su carro diplomático, le ayudó a cruzar la frontera , y lo llevó a Liberia. Un servicio realmente encomiable.
Hace casi ocho meses a don Víctor lo obligaron a renunciar a su puesto consular, justamente por haber traído al país a este par de sujetos de dudosa reputación. El gobierno de don Oscar Arias, raudo y veloz, envió el caso a una Comisión de Ética del propio Poder Ejecutivo. Este, valga la aclaración, es el procedimiento de elección cuando un gobernante desea proyectar una imagen implacable ante aparentes actos inmorales, ilegales o anti éticos de sus funcionarios, pero que en realidad lo que desea es brindar al investigado un escudo que lo proteja de una potencialmente más dañina investigación judicial, legislativa o administrativa. Prueba de ello es que dicha Comisión de Ética rinde su informe al Poder Ejecutivo, y éste decide qué hacer con él. En el caso del Sr. Láscarez, el informe nunca se dio a conocer sino hasta ahora que existía la posibilidad de que llegara a alcanzar una diputación. Y aún así, la publicación del informe de la Comisión de Ética se dio gracias a la presión de la oposición y no por decisión propia e independiente del Poder Ejecutivo o del Consejo de Gobierno.
Lo que ese informe escondía es muy revelador, aunque no sorprende a nadie. Entre otras cosas, afirma que el Sr. Láscarez “incurrió en flagrante violación de los principios de integridad y probidad, perdiendo la objetividad y responsabilidad que le corresponde como cónsul general de Costa Rica en Nicaragua”, además de que “afectó con su proceder la seguridad, el buen nombre y prestigio del país”. En cualquier otro país, don Víctor Emilio hubiera ido a parar con sus huesos en un calabozo. Pero no en este bendito país de las maravillas donde don Oscar Arias decreta “confidencial” el informe de su propia comisión de ética, que incrimina a su dilecto amigo y prominente seguidor, y ahí quedan las cosas. El mismo tipo de actitud arrogante y prepotente que, repetida a lo largo de varios períodos presidenciales, ha llevado al común denominador de los ticos a perder la fe en los funcionarios públicos, en la clase política, y en la capacidad del gobierno y del sistema democrático para resolver los múltiples problemas que aún nos aquejan y nos impiden alcanzar un nivel de desarrollo superior.
Contrasta la actitud presidencial con la transparencia del Presidente electo de los Estados Unidos, cuando al conocerse que el gobernador de Illinois estaba intentando subastar el puesto de senador que el Sr. Obama dejaría vacante, ordenó a sus colaboradores y asistentes hacer públicos todos los documentos que guardaran relación con sus contactos con el gobernador, en aras de demostrar que nada tenía que ver con las actividades ilícitas de las que fue acusado su (¿ex?) amigo. Lástima que en los círculos políticos de nuestro país el concepto de amistad sea tan incomprendido. Aún a expensas de la seguridad nacional y de la tranquilidad ciudadana.
© Eliécer Feinzaig
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noviembre 30, 2008
Mumbai empieza con M. Con M de Menschkait.
Los atentados terroristas en Mumbai, India, la semana pasada, han mantenido al mundo entero en vilo. Todos hemos estado pendientes de los noticieros para enterarnos de los últimos detalles, de cómo 10 salvajes fundamentalistas han podido perpetrar ataques casi simultáneos en 4 ó 5 lugares diferentes, sembrando terror en una ciudad de 18 millones de habitantes con una pequeña presencia judía estimada en unas 4.500 almas. Y es que la escogencia del Jabad de Mumbai entre los objetivos terroristas no puede pasar desapercibida para nadie en este mundo, y menos para ningún judío ni nadie en nuestra comunidad.
Los terroristas usualmente buscan dos tipos de objetivos: aquellos donde pueden maximizar el número de muertes, y aquellos donde pueden magnificar el simbolismo del ataque, maximizando los efectos mediáticos de sus acciones. Por lo que he podido leer y escuchar en diversos medios de Estados Unidos e Israel, el ataque al Beit Jabad fue premeditado y planificado. Pero no lo fue por el potencial número de víctimas, ni porque el movimiento Jabad Lubavitch o la ortodoxia judía fueran objetivos específicos, sino por tratarse de un centro judío de proyección internacional. En otras palabras, algo a lo que ya estamos acostumbrados: el Beit Jabad de Mumbai fue atacado por la simple razón del ser un lugar judío que congrega judíos.
Como a Hitler, a los terroristas islámicos poco les importa si su víctima judía se identifica como reformista, conservadora, ortodoxa, ultra-ortodoxa, atea, agnóstica, o valemadrista; si reza tres veces al día añorando a Sión, si come chicharrón de cerdo en Iom Kippur, si tiene a sus hijos en la escuela María Auxiliadora, si es un haredí que no reconoce la validez de la existencia del Estado de Israel, o si es un sionista socialista cuyo sueño máximo es vivir en un kibutz en el Galil. A mi tripa y a mi corazón, cuando los lloro, tampoco les importa. Lo único importante, aunque por diferentes motivos, es que son judíos. El Rabino Gabriel Holzberg y su esposa Rivka Rosenberg murieron, junto con otros siete hermanos judíos, por el simple hecho de ser judíos. ¿Por qué Jabad? Porque allí estaba y era judío. Porque si lo que hubiese estado disponible para los terroristas hubiese sido un Templo reformista Bet-El, eso es lo que hubieran atacado. Como judíos, nosotros no podemos darnos el lujo de escoger sentir un dolor diferente en cada caso.
El Rabino Gabriel y Rivka Holzberg, el Rabino Leibish Teitelbaum, Benzion Chroman, Yocheved Orpaz, Norma Schwartzblatt-Rabinovich, y otros tres judíos aún no identificados murieron en el Beit Jabad de Mumbai por la simple razón de que eran judíos. Si su muerte es un acto de Kidush Hashem, no reconocerlo de esta manera es un acto de Jilul Hashem. Las reglas de la decencia, de eso que nuestros abuelos llamaban con orgullo “menschkait”, exigen que nos condolamos por sus muertes. Y que así lo hagamos saber. Zijronám Lebrajá.
© Eliécer Feinzaig
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mayo 08, 2008
En defensa de Israel
Del presidente iraní Mahumoud Ahmadinejad, pueden decirse muchas cosas menos que no sea claro, frontal y hasta sincero. Así lo fue cuando organizó un congreso internacional para negar el Holocausto, así lo fue cuando aseguró que el objetivo prioritario de Irán era el de equiparse con armamento nuclear y así lo es en estos días cuando pronostica que la destrucción del Estado judío de Israel está cerca.
Con él se podrá disentir o estar de acuerdo, lo que nadie puede alegar es no saber con quién se está hablando. A diferencia de otros estadistas, el jefe iraní expresa con absoluta franqueza sus objetivos. Ahmanidejad podría decir lo mismo que en algún momento dijera Metternich, el lúcido y resbaladizo diplomático austríaco: yo a mis colegas los engaño diciendo la verdad. En ese universo de intrigas, sinuosidades y mentiras, decir la verdad se transformaba en el mejor argumento para incitar al error a diplomáticos avezados en la mentira y los dobles discursos.
El jefe iraní no miente ni disimula sus objetivos. A su manera es transparente, lineal y, si se permitiera la palabra, honrado. Dice lo que piensa y se propone hacer lo que piensa; si no hace más no es porque no quiera sino porque no puede, pero convengamos que todas sus energías están orientadas a cumplir con su palabra y nadie lo puede acusar de mentiroso, de prometer y no cumplir, o de decir una cosa y después hacer otra.
Dicho con todo respeto, Hitler estaba curtido en la misma madera. El Fhürer siempre dijo lo que pensaba y además lo escribió, con estilo prosaico, plagado de lugares comunes, pero claro, frontal casi hasta la brutalidad y la grosería. Hitler siempre dijo que Alemania debía conquistar el espacio vital, que el Tercer Reich debía durar un milenio y que en el plazo más breve posible había que exterminar a los judíos y a todos aquellos pueblos de raza inferior o de pensamientos inferiores.
Hitler nunca engañó a nadie. Jamás dijo una cosa por otra. Incluso cuando firmó con Stalin un acuerdo de paz, los dos sabían que era provisorio y que en cualquier momento podía romperse y nadie estaba obligado a avisar sobre esa ruptura. Sin embargo, a pesar de esa sinceridad, de esa exposición descarnada de los objetivos, los avezados diplomáticos de Francia e Inglaterra, Chamberlain y Daladier creían que no era para tanto. Cuando quisieron reaccionar las bombas estaban cayendo sobre París y Londres.
El único político en Europa que se convenció rápidamente de que con Hitler no había ninguna posibilidad de negociación y que la única alternativa era la guerra hasta el exterminio, fue Winston Churchill, a quien por supuesto sus colegas laboristas, liberales y conservadores lo trataron de loco, senil y violento hasta que, convencidos de que las bombas que caían del cielo no las enviaba Dios ni eran de juguetes, decidieron convocarlo para que salve a Inglaterra.
Entre Hitler y Ahmanidejad hay diferencias, diferencias importantes, pero también hay coincidencias. Así como sería un error conceptual equiparar a uno y a otro sin advertir lo que los distingue, también sería un error político muy serio y de imprevisibles consecuencias no captar lo que haya de común entre los nazis que hablaban de la raza superior y los integristas musulmanes que ponderan las virtudes de la religión superior.
Otra de las constantes es el sentimiento de muerte: mientras los nazis soñaban con el universo bucólico de las walkirias, hoy los integristas se consuelan pensando que en las coloridas estepas de Alá los esperan decenas de vírgenes para hacerlos felices hasta la eternidad. Morir por el Reich o morir por Alá históricamente no es la misma cosa, pero la pulsión de muerte es similar.
El antisemitismo, como racismo y odio a la modernidad, es otra de las coincidencias de los nazis con el integrismo musulmán. La diferencia de los integristas con los judíos puede expresarse como diferencia religiosa, territorial o política, pero en todos los casos ése es apenas un pretexto subordinado a un sentimiento de odio que sólo puede ser saciado con el exterminio del pueblo judío.
Los integristas no odian a los judíos por los errores que cometen y de los cuales ningún pueblo está exento, sino por los aciertos que construyen. Odian su inteligencia, su creatividad, sus tradiciones humanistas. No les molestan sus excesos militares, les molesta que luego sancionen a los militares que se excedieron; no les fastidia la corrupción, les fastidia que los corruptos vayan a la cárcel condenados por jueces y no linchados o apedreados en la vía pública; no les molesta la discriminación que a veces un judío puede hacer contra un palestino, les molesta que en Israel los palestinos disfruten de derechos que no disfrutan en Jordania, Siria o en la propia Palestina.
Israel ocupa el 0,002 por ciento de todo el territorio árabe. En esa pequeña lonja de tierra, no hay petróleo ni riquezas naturales importantes. Su población es el 0,01 por ciento de la población musulmana, pero en ese territorio ínfimo funciona uno de los sistemas sociales más avanzados del mundo, sus universidades capacitan profesionales que luego obtienen distinciones académicas mundiales. Asediados por el terrorismo y la amenaza de exterminio como Estado, en Israel funciona una central de trabajadores considerada como una de las más democráticas de Occidente y en el plano político están reconocidos los derechos civiles y políticos de sus ciudadanos.
Ese mal ejemplo en las barbas de los ayatolás no puede tolerarse. Esa vocación humanista en las fronteras de déspotas y sátrapas no debe consentirse. Para los ayatolás y sus ocasionales rivales, los jeques ensabanados enriquecidos con la renta petrolera, siempre es mejor un pueblo sometido, de rodillas a La Meca, mientras su vida terrenal es un infierno. En definitiva, siempre es mejor echarle la culpa de las desgracias a algún enemigo exterior que asumir las propias responsabilidades por el hambre y la miseria de sus pueblos. Y, ya se sabe, a la hora de buscar un chivo expiatorio, nada mejor que un judío.
¿Dónde están, pregunto, los científicos, los humanistas musulmanes, que en otros siglos iluminaron al mundo con su sabiduría? ¿Adónde van los miles de millones de dólares obtenidos de la renta petrolera? ¿También los judíos son culpables de la miseria, el analfabetismo, la discriminación social y sometimiento vil a las mujeres?
Como decía un reconocido historiador europeo: Israel se propuso ser Atenas y lo obligaron a ser Esparta. Basta mirar el mapa de Medio Oriente para darse cuenta de que sólo la perversidad religiosa y la ceguera política pueden aceptar el principio de que Israel es el Estado agresor. El antisemitismo larvado es tan poderoso que a Israel ni siquiera le admiten el derecho a la defensa. Para las satrapías musulmanas los judíos deberían tener el mismo comportamiento que tuvieron con los nazis: dejarse matar, aceptar marchar como manso rebaño al degolladero.
Ahmanidejad es tan sincero como Hitler. Cree en lo que dice y lo que dice está dispuesto a cumplirlo. Los Daladier y los Chamberlain de turno suponen que no hay que tomarlo en serio, que siempre se lo podrá controlar y que en todo caso hay que hacerle algunas concesiones para contenerlo un poco. El error de perspectiva en 1938 costó cincuenta millones de muertos. Nadie está obligado a creer que sesenta años después ocurra algo semejante, pero no está de más recordar que el hombre es el único animal de la tierra que tropieza dos veces con la misma piedra.
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abril 02, 2008
Católicos, judíos y ciudadanos
"Recemos por los judíos. Que Dios Nuestro Señor ilumine sus corazones para que reconozcan a Jesucristo, Salvador de todos los hombres. Dios, omnipotente y eterno, tú que quieres que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, concede, propicio, que, entrando la plenitud de los pueblos en tu Iglesia, todo Israel sea salvado".
Esta plegaria ha sido adoptada por decisión de Benedicto XVI el pasado 5 de febrero, para ser formulada en la celebración litúrgica del Triduo Pascual -el Viernes Santo- y así comunicada a todas las Conferencias Episcopales del mundo, con el consiguiente revuelo entre las comunidades judías y aquellos que han propiciado, desde sus respectivas religiones, el diálogo "judeo-cristiano" abierto después del Vaticano II.
El tema desborda el debate religioso. Más allá de ese bienvenido diálogo, lo que pone en cuestión la plegaria es el principio de tolerancia que preside la vida institucional y social de los Estados democráticos modernos.
Que una comunidad religiosa pretenda difundir su fe, va de suyo. Que rece para que todos los que no la profesan, encuentren su verdad, está en la lógica de la actividad de cualquier activista de una creencia. Pero cuando una iglesia constituida singulariza su prédica en los fieles de otra religión específica y reclama que se haga lo necesario para "salvarlos" estamos entrando ya en el camino de la intolerancia.
¿Con qué derecho, específicamente, se sienta en el banquillo de los acusados de vivir en el error a los miembros de otra comunidad que ejerce el mismo derecho que ella a creer en su Dios? No podemos ignorar que hacerlo con los judíos y con "Israel todo", que debería ser salvado, es retornar al aire de aquellos tiempos en que desde los púlpitos católicos se les condenaba por "deicidio", como "asesinos de Jesucristo". Bien se sabe que esa doctrina fue un elemento sustantivo para que los nazis pudieran desarrollar su prédica antisemita y desatar el Holocausto, la mayor tragedia de nuestra civilización. ¿Dónde estaba Dios? se preguntó el actual Papa cuando visitó el campo de concentración de Auschwitz, y muchos, con incuestionable lógica, le preguntaron dónde estaba entonces la Iglesia católica, silenciosa en momentos en que ocurría una tragedia de la que tenía cabal noticia.
Por cierto, la nueva oración no contiene las frases difamatorias de antaño: ya no se habla de "los pérfidos judíos", expresión borrada por Juan XXIII. Sin embargo, se inscribe en una dirección fundamentalista de peligrosa actitud discriminatoria. Nadie puede ignorar que el pueblo judío ha sido de los más perseguidos de la historia y, como ha logrado sobrevivir -a diferencia de otros tantos que sucumbieron,- continúa en el centro de vastos escenarios de prejuicio. El fundamentalismo islámico, y hasta jefes de Estado como Ahmadineyad, proponen destruir el Estado de Israel y la nación judía y lo hacen a grito pelado. Tampoco es un misterio reconocer que el prejuicio antisemita va más allá, está aún vigente en el mundo y que la política de Israel, polémica como todas las políticas, ambienta reacciones prejuiciosas.
En ese cuadro, cuando la Iglesia católica, tan parsimoniosa siempre, sale a intentar la salvación de los judíos y de Israel todo, proponiéndose sacarlos del mundo del error en que viven, es obvio que está reinstalando en la picota a ese perseguido pueblo y de alguna manera volviendo a condenarlo. ¿Por qué no se hace lo mismo con los musulmanes o con nosotros los agnósticos liberales, que hoy podríamos debatir el tema al amparo de las garantías que nuestra filosofía logró arrancar a los absolutismos?
Algunos voceros eclesiásticos alegan que la plegaria se ha aliviado de adjetivos acusatorios y que, además, no se leerá necesariamente en todas las iglesias, porque ella se inscribe en la rehabilitación del viejo misal, que no es de empleo obligatorio. Pero no cabe agradecer a la Iglesia que se haya corregido ella misma, limando viejas aberraciones inquisitoriales, del mismo modo que no hace a la cosa el porcentaje de templos en que se lea la plegaria. Lo que preocupa es la plegaria en sí misma, como expresión de un retroceso cívico muy serio. E insistimos en la palabra cívica, porque es un tema de ciudadanía.
La persecución racial, la intolerancia religiosa, la difamación histórica son males endémicos que aún debemos combatir. No es razonable, por lo mismo, que una Iglesia vaticana que venía evolucionando hacia el diálogo y la convivencia, dé este paso atrás. Grande o pequeño no interesa. La cuestión es que la mentalidad que está en la raíz de esa decisión no se compadece con los esfuerzos de los últimos Papas y vuelve a sembrar una semilla de intolerancia que no deberíamos observar con indiferencia.
Julio María Sanguinetti fue presidente de Uruguay. Es abogado y periodista.
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enero 19, 2008
Palíndromos renegados y atroces
O, renegado, oda genero.
Oda, generoso oso renegado.
La renegada hada: hada general.
Da. Di. Corta. ¡Atrocidad!
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