junio 23, 2009

Irán perdió pero el mundo ganó.

Este artículo de mi autoría fue publicado hoy en el diario La Nación de Costa Rica.


En mi corazón de liberal guardaba alguna esperanza de cambio para Irán. Pero aunque me acusen de cínico, la reelección de Ahmadineyad es una buena noticia para el mundo. No porque don Mahmud sea un dechado de virtudes democráticas ni porque sus planes de gobierno sean sensatos para el pueblo iraní o para la estabilidad y la paz mundiales, sino porque de este señor lo mejor que podemos decir es que es en esencia sincero: por lo general dice lo que piensa (pero no al revés). Y al ser uno con el Consejo de Guardianes y con el todopoderoso ayatolá Jamenei, nos permite conocer sin mucha complicación las verdaderas intenciones del régimen teocrático de Teherán.

Es sabido que la política exterior, el programa nuclear, y los derechos fundamentales de los ciudadanos son dominio exclusivo de la jerarquía religiosa, donde, en última instancia, el gran tomador de decisiones es el ayatolá Jamenei. Así, lo que los iraníes llaman presidente bajo el régimen teocrático, no es más que un alcalde glorificado, que puede decidir sobre política económica (uno de los grandes fracasos de Ahmadineyad), y actúa como portavoz del “líder supremo” frente al concierto de las naciones.

No hay cambio. Sin importar quién hubiera ganado las elecciones en Irán, las decisiones que afectan al resto del mundo iban a seguir siendo tomadas de la misma manera y por las mismas personas de siempre. La diferencia hubiera radicado en la astucia para comunicarlas.

Durante años, el gobierno de G.W. Bush intentó, en vano, por medio de la fuerza y las amenazas, detener el desarrollo nuclear de Irán. Entra en escena Barack Obama, con un refrescante nuevo enfoque: dejar las amenazas de lado, y tratar de matricular al régimen teocrático en conversaciones honestas acerca de sus intenciones y el verdadero estado de su programa nuclear. Ahmadineyad responde burlándose de Obama, reiterando su llamado a borrar a Israel del mapa, acelerando la producción de combustible nuclear, e impidiendo el acceso a los inspectores de la Agencia Internacional de Energía Atómica. Alí Jamenei agregó que el nuevo enfoque de Obama para la relación bilateral no era más que un cambio de eslogan, que no ameritaba una nueva postura por parte de Irán.

La elección de Musavi en Irán hubiera servido para poner a prueba el enfoque diplomático de Obama. Todas las personas de bien hubiéramos apoyado el diálogo, cruzando los dedos a la espera de que algo positivo resultara de ellas. El riesgo es que esas conversaciones fueran aprovechadas por quienes ostentan el poder en Irán para mejorar su imagen internacional, a la vez que ganaban tiempo para la producción de una bomba nuclear. Para la Administración Obama, ansiosa por encontrar en Irán un interlocutor racional con el cual negociar, hubiera resultado fácil dejarse engañar por los cantos de sirena de M.H. Musavi.

No tan moderado. Lamentablemente, no por haberse opuesto a Ahmadineyad en estas elecciones, podemos creer que a Musavi lo respalda un expediente de genuino reformador. A lo sumo, podemos decir que es más moderado que otros en Irán –al menos para hablar– pero en muchos años de servicio público no se distinguió por su fervor reformista. Y aunque hubiera sufrido un súbito cambio de parecer, recordemos que no sería él quien hubiera tomado las decisiones cruciales. El mejor ejemplo lo tenemos en el expresidente Jatamí, considerado un gran líder reformista, pero que en los ocho años que ocupó la presidencia no logró un acercamiento importante con Occidente ni una mejora sustancial en materia de derechos humanos.

La elección de cualquier “reformista” en Irán hubiera puesto al mundo en una encrucijada similar a la vivida dos veces durante el siglo XX, de las que tristemente no se han aprendido las lecciones vitales. Tanto en la antesala de la Primera como en la de la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña, en ese entonces el poder imperante en Occidente, intentó apaciguar a sus enemigos conversando con los moderados dentro de los respectivos regímenes, haciendo concesiones y creyendo que ellos a su vez influirían sobre las voces más radicales que ejercían el control real de la maquinaria de poder. El resultado, en ambas ocasiones, es ampliamente conocido. Al menos con la reelección fraudulenta de Ahmadineyad, el mundo no puede seguir haciéndose la vista gorda respecto a las verdaderas intenciones y al modus operandi de la jerarquía islamista de Irán. ¿Diálogo? Sí, por supuesto. Pero a Dios rogando y con el mazo dando.


©Eliécer Feinzaig


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